Poliamor consensuado, no jerárquico

Hace unos días subí una publicación a Instagram que generó algo de controversia. La imagen dice «La jerarquía en las relaciones no es ética». Los comentarios comenzaron con algunas personas diciendo que era algo que necesitaban escuchar y leer debido a su situación actual; sin embargo, también hubo quienes lo tomaron como un ataque a su forma particular de relacionarse diciéndome que no estaba mal y no le hacían daño a nadie.

Lo primero que creo debo aclarar es que no creo que el poliamor jerárquico sea malo o que nadie deba hacerlo. Todos somos libres de relacionarnos como mejor nos acomode y eso siempre será válido.

Cuando digo que el poliamor jerárquico no es ético, me refiero solamente a eso. No cumple con los pilares de una relación ética.

¿Cómo es una relación ética?

En mi investigación y jornada personal y académica, he recopilado varias ideas propuestas por algunos autores acerca de este tema. Mientras que algunos mencionan una o dos características, mi propuesta tiene cuatro pilares (que puedes leer a detalle aquí). Como individuos, todos tenemos la capacidad de hacer lo que queramos (agencia), siempre y cuando comuniquemos aquella información que afecte a mis relaciones (honestidad) para que las personas involucradas puedan dar su consentimiento (libre, reversible, informado, entusiasta y específico), manteniendo el bienestar de todas las personas involucradas en mente (compasión).

¿Entonces, cuál es el problema con la jerarquía?

Una jerarquía implica autoridad, alguien por encima de otras personas de acuerdo a su nivel de importancia. La palabra misma viene de jerarca, que es un superior; del griego hierarchēs, compuesto por hieros (divino) y archos (regente o soberano). Si yo entro a una jerarquía, hay un lugar predeterminado para mí con lineamientos específicos que debo seguir. No se me pregunta si me acomodan, más bien se me advierte que, de no cumplirlos, perderé mi lugar – te ajustas o te vas. Hay relaciones jerárquicas donde los vínculos primarios tienen el poder de «vetar» a los vínculos secundarios y terciarios.

Aquí una pausa. Tal vez leas ese párrafo anterior y pienses ¡cómo puede alguien pensar que eso está bien! o ¡si todos están de acuerdo, no está mal!. Repito, no es que alguna de estas formas de relacionarse sea «mala». Hablar de que algo está bien o mal de forma generalizada nos lleva a un lugar moralista que no permite la reflexión. Yo no soy nadie para decirle a alguien cómo debe relacionarse porque estaría ignorando el primer pilar de una relación ética: la agencia. Lo que intento con este artículo es llevarte a la reflexión de si esta forma de relacionarte está alineada con tu propia ética.

A diferencia de la moral, la ética es personal y lo importante es relacionarme con personas que tengan una ética compatible con la propia.

Ya que quedó ese punto claro, veamos más específicamente qué pasa con los cuatro pilares en el poliamor jerárquico:

  • Agencia: Los vínculos secundarios no tienen la capacidad de hacer lo que quieran, ya está decidido por ellos. La relación primaria dicta cómo será la relación secundaria y hasta dónde llega.
  • Honestidad: Como vínculo secundario, si mis deseos o necesidades cambian, no puedo decirlo ya que implicaría ir en contra de la jerarquía preestablecida. En esta estructura, una petición de renegociación de términos puede encontrarse con un pues tú sabías a qué le entrabas y es lo que hay.
  • Consentimiento: Más que consentimiento, se vuelve coerción. Si no haces lo que te decimos, no puedes tener lo que quieres. El vínculo secundario no tiene voz ni voto en las negociaciones y debe aceptar lo impuesto.
  • Compasión: La satisfacción de las necesidades de los vínculos secundarios dependen de que lo que la relación primaria decida. Como vínculo secundario, mi bienestar es decidido por una relación en la que no tengo voz ni voto.

More than two: El mito de la noche obscura

Uno de los primeros libros que leí acerca de poliamor es More than Two de Franklin Veaux y Eve Rickert. Es literal una guía práctica para comenzar y me abrió el camino a este mundo de la no monogamia ética. En este libro, Franklin habla del poliamor jerárquico y cómo funciona, por lo que hay varias personas que lo utilizan para justificar que es ético. Sin embargo, hay que tomar en cuenta dos cosas: More than Two es experiencia personal, no académica; y, más importante, hay una controversia que llevó a Eve a retractarse de lo que dijo en el libro al darse cuenta de que había estado en una relación abusiva.

Franklin Veaux literalmente dice que “como vínculo secundario, la satisfacción de tus necesidades depende de la relación primaria” y debes estar dispuesto a que así sea, de otro modo el poliamor jerárquico no es para ti. Nuevamente, no digo que eso sea malo, sino que no es ético.

Nadie puede decidir cómo quieres que sean tus relaciones, ni siquiera tus vínculos. Parte esencial de la ética es tener la posibilidad de intervenir en decisiones que te afectan.

Por otro lado, Eve Rickert publicó en su blog que cometió un error enorme en More than Two. En ese libro, Eve habla de “la noche obscura del alma”, indicando que el proceso de deconstrucción es difícil y doloroso, por lo que hay que “aguantarlo”. Esto la llevó a ponerse en lugares tortuosos y aceptar condiciones con las que nunca estuvo cómoda (yo pasé por algo similar, puedes leerlo aquí). Eve dice que esto implicaba no hacer caso a incomodidades cuando “repetidamente sorprender a tus vínculos con decisiones que les afectan, sin considerar sus aportaciones y haciéndoles gaslighting cuando se quejan”.

Entrar a una dinámica de poliamor jerárquico no necesariamente implica que esté de acuerdo. Aquellos que tenemos apego inseguro tendemos a poner las necesidades de la otra persona sobre las propias. Aquellos que vivimos un apego a partir del trauma, difícilmente podemos poner límites claros y precisos.

Aquí el “gaslighting” que menciona Eve puede verse cuando la pareja primaria le dice al vínculo secundario “es tu problema, tú sabías a qué le entrabas y cómo era esto. Si no te gusta, vete”. Eso no es ético ni compasivo.

¿Para qué sirve la jerarquía?

A todo esto, ¿para qué necesitamos la jerarquía? Tener a una relación primaria “intocable” nos ayuda a protegerla. De esa forma, se aseguran de que su relación “no cambiará” aunque se abran al poliamor.

Spoiler alert: al entrar al poliamor, tu relación va a cambiar. De hecho, ese es el objetivo.

Personalmente, soy fan de Dedeker Winston y su más actualizada Smart Girl’s Guide to Polyamory. Además de que tiene una mirada ética y compasiva, es bastante detallada y profesional (finalmente, es una terapeuta especializada). Ella habla de cómo el “privilegio de pareja” está tan grabado en nuestra forma de ser que consideramos esencial ser parte de una relación de pareja para estar completos. Y claro que así es, nos enseñan que las parejas estables tienen un estatus mayor en la sociedad.

Mientras que Dedeker también considera que una jerarquía en el poliamor es algo controversial (tiene un capítulo completo dedicado al tema), explica que existe la jerarquía descriptiva que sucede más orgánicamente. Esto implica que algunas personas tienen ciertos derechos y obligaciones que van con el momento de vida en el que están. Por ejemplo, yo tengo un vínculo con quien vivo y otro con el que no. No es que uno sea más importante que el otro, sino que así decidimos que fuera.

Poliamor consensuado

Si estoy en una relación donde tenemos acuerdos donde todos podemos dar nuestro input y estamos involucrados en las decisiones que nos afectan, entonces ¿es necesario que haya una jerarquía? ¿Realmente hay alguien más importante que otra persona? ¿Es ése el tipo de relación que quiero?

A veces venimos tan acostumbrados a algo que nos funcionaba, que es difícil considerar nuevas opciones. Hablar de una relación poliamorosa consensuada me permite tener la flexibilidad necesaria sin perder la seguridad que requiero. Aún en situaciones donde decido que mi vínculo “primario” es quien vivirá conmigo y estará encargado de la crianza de mis hijos conmigo mientras que mis vínculos secundarios no, esto no tiene que ser imponerle a otras personas este rol. Además, considera a los vínculos como personas, no como satisfactores de la relación primaria.

Y sí, el lenguaje que usamos sí es importante. Cuando le digo a un vínculo que es secundario ante mi primario, estoy replicando una estructura donde alguien tiene más importancia que otra persona. Si estamos en una jerarquía prescriptiva donde todos pueden negociar, ¿para qué hablar de primarios y secundarios? Personalmente, me refiero a mis vínculos como «mi vínculo con el que vivo», «mi vínculo de 6 años» o simplemente «mi vínculo». Porque eso es. Por supuesto, mi vínculo que vive solo no tiene que pagar renta ni comida de la casa, sería absurdo porque no cohabitamos. Eso no lo hace más ni menos importante que la persona con quien sí vivo.

Una de las habilidades más útiles en la no monogamia ética es la flexibilidad. Saber que todo cambia y que podemos cambiar juntos.

En el ejemplo de la crianza, puede acordarse que los vínculos secundarios no estén involucrados. Si a lo largo de la relación surge un deseo o necesidad de alguna de las partes para hacer un cambio, es importante que exista un terreno fértil para que esa discusión ocurra. No quiere decir que debas aceptar o negarte, simplemente que no haya un muro que evite que siquiera se mencione el tema.

La decisión del tipo de poliamor que quieras llevar a cabo es completamente tuya. Espero que con esta información puedas sea más claro lo que es el poliamor jerárquico y a qué me refiero con que no sea ético.

Poliamor 101: No sólo es sexo desenfrenado

Hace algunos años conocí a una pareja que se hacía llamar poliamorosa. Estaban casados y tenían encuentros sexuales con otras personas, siempre juntos. Conforme fui conociendo sus relaciones, me di cuenta de que conocían a alguien y comenzaban a interactuar mucho con él, hasta el punto de invitarlo a vivir con ellos. Sin embargo, esa persona no tenía el mismo lugar en la jerarquía y, después de un tiempo, era desechado para dar lugar a una persona nueva. Poco a poco fue evidente el camino de cadáveres emocionales que iban dejando a su paso en su búsqueda por satisfacer sus necesidades como pareja, haciendo uso de un ‘tercero’.

Los cazadores de unicornios y la responsabilidad afectiva

En algún momento, se le llamó ‘unicornio’ a una mujer bisexual que tenía una relación exclusivamente sexual con una pareja heterosexual. Se decía que era tan difícil encontrarla que era como “buscar un unicornio”. Esto, por supuesto, ya no se reduce a un movimiento sexista que cosifica a una mujer, ahora los cazadores de unicornios pueden ser de cualquier género y orientación sexual – como los que te contaba al principio de este artículo.

Aquí siento la necesidad de hacer una confesión: yo también fui cazador de unicornios. Bueno, de unicornio – uno nada más. Al comenzar a abrir mi relación, sucedió que conocimos a un hermoso hombre con quien ambos tuvimos excelente química. Sin embargo, por nuestra jerarquía le dejamos claro que no tendríamos una relación más que sexual. El problema de esta regla (claramente no ética, como lo explico aquí) fue que nos dejó a todos heridos.

La relación entre los tres fue creciendo y cambiando orgánicamente pero ninguno se atrevió a mencionarlo debido a las restricciones jerárquicas preestablecidas.

Este es un buen momento para hablar de la famosa “responsabilidad afectiva”. En círculos de personas no monógamas este término se usa frecuentemente aunque pocos puedan decirte qué es. En pocas palabras, la responsabilidad afectiva implica que todos somos responsables de nuestros afectos, nadie más. Por eso, los clásicos es que tú me hiciste sentir mal, me voy por tu culpa, o si no fueras tan coqueto, no te hubiera puesto el cuerno, no son válidos. SIN EMBARGO, hay muchos que la utilizan como un arma.

El decirle a la otra persona tú eres responsable de sentirte mal así que no sé por qué vienes a hacerme drama, no es ético y no es ser responsable. Eso es una forma de deslindarme de mi parte en el desorden y decirle a alguien más que lo limpie. En este artículo puedes conocer más a detalle cómo funciona la responsabilidad afectiva en una relación ética.

Polidefiniciones

Entonces si el poliamor no son parejas que buscan “un tercero”, ¿qué es? Uno de los errores más frecuentes que encuentro en conversaciones con personas interesadas en el tema (para conocer o para criticarlo) es hablar de poligamia. La poligamia es un término legal para uniones de un hombre con varias esposas (poliginia) o una mujer con varios esposos (poliandria). Esto no tiene nada que ver con poliamor.

El poliamor es un estilo relacional donde las personas están abiertas a tener más de un vínculo afectivo (romántico) simultáneamente donde todos los involucrados están enterados. *Respira* Eso son muchas palabras y nada de pausas así que vamos a desempacarlo.

  • Es un estilo relacional porque no depende de la orientación sexual, sexo, expresión ni identidad de género de los involucrados. Puedes ser hombre trans heterosexual que disfrute de tener sexo con personas que tienen pene y ser poliamoroso. Lo único que implica es cómo quieres relacionarte tú con otras personas.
  • Tener más de un vínculo afectivo/romántico es lo que comúnmente conocemos como “novios” o “parejas”, sólo que no está limitado a que sea una sola persona. Afectivo/romántico habla del tipo de vínculo. Evito decir sexoafectivo porque puedes ser una persona asexual poliamorosa – de hecho, es una buena alternativa cuando se relacionan con alguien sexual.
  • Todos los involucrados deben estar enterados. No todos tienen que relacionarse entre ellos, ni amistosa, ni afectiva ni sexualmente. Con que todos sepan de la existencia de los otros es suficiente aunque nunca se vean la cara.

Como es posible que haya más de dos personas en la relación, generalmente se habla de vínculos en lugar de parejas. Ahora, no es necesario que una persona tenga varios vínculos para ser poliamorosa. No es como que soy poliamoroso hoy porque tengo dos vínculos y si una de esas relaciones transiciona ya no lo soy.

Juntos pero no necesariamente revueltos

Ya que dejamos claro que no todos tienen que estar en una relación cuando se es poliamoroso, creo que es importante explicar algunas de las configuraciones más comunes:

  • Triada o trieja: Tres personas que tienen un vínculo entre ellas.
  • Relación en V: Una persona con dos vínculos que no se relacionan entre sí. Piensa a la persona como el vértice y a los vínculos como aristas. Ya con esa imagen, puedes imaginar cómo es una relación en W y en N.
  • Solo-poli: Una relación donde una persona elige mantener vínculos con otras personas pero sin planes de cohabitar… porque en poliamor no seguimos el guión prescrito de novio, pareja, vivir juntos y casarnos (a menos que sea una decisión consciente).
  • Mono-poli: Una relación donde una persona es monógama y sólo tiene un vínculo con otra persona que decide vincularse con más personas.

Esas no son todas las configuraciones ya que depende completamente de lo que los involucrados decidan.

¿Cómo se ponen de acuerdo?

Considerando que no tienes que llevarte bien con todos tus metamores (los vínculos de tus vínculos, conoce más a detalle este concepto aquí), es importante que haya mucha comunicación y que todos estén claros en lo que sucede en la relación. Aún cuando tú no estés vinculado con el novio de tu novio, lo que ellos hacen tendrá cierta influencia en tus relaciones.

Esa red que se construye entre los involucrados se conoce como polícula (mezcla de poliamor y molécula) – piénsalo como una familia.

Cuando llega un nuevo integrante a la polícula, es importante que todos estén enterados y tener en cuenta la ENR (energía de nueva relación). Así como en la monogamia hablamos de enamorarnos, en poliamor hablamos de ENR que es esa emoción e intoxicación que nos da al empezar una nueva relación. Esta distinción surge principalmente porque puede suceder con varias personas simultáneamente y en lo tradicional uno se enamora de una persona a la vez. Pero nos emboba igual.

Igual que en la monogamia, no hay que tomar decisiones cuando estamos bajo la influencia de alguna droga (incluyendo la ENR). Aún así, y por más tentador que parezca, en las relaciones poliamorosas éticas es esencial recordar que las reglas no son éticas (aquí te digo por qué). Las alternativas son los acuerdos y los límites, ya que estos dos toman en cuenta las necesidades de todas las personas involucradas y no limitan la agencia de nadie.

¿Y los celos? ¿A poco los poliamorosos no sienten celos?

No puedo hablar de todas las personas poliamorosas, pero en mi caso yo sigo sintiendo celos. Uno de mis vínculos no siente celos (al menos no tradicionalmente pero puedes leer la historia aquí) y el otro sí. Lo que he aprendido es que estos celos no son tóxicos ni malvados, de hecho así los he transformado en mis amigos para poder aprovechar lo que me dan.

Y precisamente esa es una de las razones por las que algunas parejas se vuelven cazadores de unicornios. La inseguridad e incertidumbre que me da el que mi pareja pueda vincularse con alguien más nos lleva a muchos a pensar que nos van a dejar por la otra persona. Entonces se generan relaciones jerárquicas donde existe la pareja principal y los secundarios (que tienen un límite de hasta dónde van a llegar).

Las relaciones jerárquicas no son éticas ya que interfieren con los cuatro pilares: la agencia, la honestidad, el consentimiento y la compasión. Hay relaciones donde llegan a tener poder de “veto” donde uno le puede decir a la otra persona con quién sí puede o no vincularse.

Tal vez te podrás dar cuenta de que en todo esto, el sexo llega a pasar a segundo plano. En algún momento alguien comentó muy acertadamente que los poliamorosos nos pasamos mucho más tiempo platicando de cómo nos sentimos de tener sexo con otras personas, de cómo se sienten nuestros vínculos de que tengamos sexo con otras personas y de cómo se sienten esas otras personas que teniendo sexo. Y es que tener una relación poliamorosa implica ética, asertividad e intencionalidad. No es algo que nos “pase”. No es una infidelidad. Es tenerlo todo claro, estar dispuesto a ser vulnerable ante varias personas, respetar su agencia para actuar, ser honestos, dar nuestro consentimiento y actuar con compasión.

Amar es una decisión, no un accidente.

Mi primera relación romántica estuvo llena de sufrimiento, dolor y malos entendidos. A mis 19 años mi madre me dijo, «si no puedes dejarlo no lo dejes, eventualmente el dolor será tanto que no tendrás opción«.

Nos conocimos en uno de los primeros antros gay a los que fui. Estaba yo con un amigo y tenía la firme intención de conocer al «amor de mi vida» para empezar mi primera relación fuera del clóset, llena de momentos clichés románticos. Vi a un hombre que me pareció muy guapo y, para mi sorpresa, me sonrió. Cuando le dije a mi amigo lo que estaba sucediendo, él me vio a los ojos y me dijo «no, él no».

Por supuesto, no le hice caso. Si no, no habría historia qué contar.

Las primeras citas fueron muy bonitas y románticas. Ambos estábamos haciendo lo mejor para ser lo más alejados de lo que realmente éramos para sorprendernos mutuamente. Yo hacía como que no necesitaba mucho apapacho y él actuaba como que era muy amoroso. Para cuando nos dimos cuenta de que nuestros lenguajes de amor, nuestros círculos sociales, nuestros intereses y nuestros proyectos a futuro eran absolutamente incompatibles, ya era demasiado tarde. Ya éramos novios.

Amar es una decisión

Un amigo muy querido me compartió hace un tiempo su definición de amor. Él dice que ama a su esposo porque así lo decide, no porque sea el destino o porque se hayan enamorado. Ese día, mi mente explotó un poco. Se nos enseña que nuestra vida amorosa es muy sencilla: conoces a alguien, te gusta, te enamoras y ya, no hay necesidad de que tú hagas nada puesto que todo se ha decidido por ti.

En la historia que te conté al principio, yo asumí que nos enamoramos porque simplemente así es la vida. No es que no me haya dado cuenta de qué tan incompatibles éramos sino que pensé que eso no era importante si era amor de verdad. Cuando por fin pude terminar con él (en una escena dramática en una madrugada nublada), pasé años hablando de él como la persona más «tóxica» que había conocido, juzgando todo lo que había hecho «para hacerme daño» y cómo yo era un «imbécil» por haber dejado que me tratara así.

Yo era de esos que le echaba la culpa a Cupido por haberme enamorado de «ese infame» o «esa persona tóxica» siendo que yo soy tan amoroso y fiel. El problema de esto es que me quita toda responsabilidad y capacidad de agencia. Las princesas son rescatadas y los príncipes son cautivados, nosotros somos los héroes de nuestra propia historia y todo aquello que salga «mal» es responsabilidad de los dioses del amor que juegan con nuestro corazón.

No soy yo, es Cupido

Probablemente conoces cómo se siente la energía de nueva relación (ENR). Hay quienes dicen que el enamoramiento es una situación universal y que «no hay ninguna cultura que no lo experimente». Yo siempre tomo este tipo de generalizaciones con algo de cautela ya que me es difícil pensar en absolutos. Por otro lado, tampoco me parece relevante. Lo importante para este artículo es como tú y yo experimentamos esta sensación. Para mí, es un calor en el pecho, en las mejillas, pensamientos constantes en la otra persona y un alivio placentero cuando tenemos cualquier tipo de contacto. Pero eso es ya cuando estoy bastante metido en el enamoramiento.

Y es que fisiológicamente sí hay químicos en nuestro cerebro que se ponen intensos cuando conocemos a alguien con quien hacemos click, así como también nos dan ganas de dar el tarjetazo cuando vemos ese artículo que nos encanta o queremos comernos la pizza completa. Esa parte animal está ahí y es muy real.

Sólo que como seres humanos, no somos esclavos de nuestros instintos.

Cuando conocí a este hombre de la historia de hoy, me sentí inmediatamente atraído. ¿Por qué? Puede ser por mi historia, por mi contexto, por mis carencias, por mis habilidades, por los astros, por Cupido o porque simplemente era un hombre atractivo. Yo decidí seguir conociéndolo. Cuando tuvimos las primeras discusiones, cuando empezaron las situaciones donde yo me sentía denigrado y rechazado, yo decidí seguir en esa relación. Cuando me quedé solo en la calle esperándolo porque había ido a ver a su jefa sin saber que tenía una hora que se había ido a su casa, yo decidí seguir viéndolo.

Yo digo hasta dónde

Hay varios mitos del amor romántico que nos dicen que debemos seguir en una relación, escalando cada vez más. Entre los más evidentes está «el amor es escaso». En este artículo puedes leer más a detalle cómo vivimos este mito pero una de las ideas que más me resuena es que cuando elijo algo porque creo que no tengo opción, no estoy eligiendo realmente.

Como yo pensaba que enamorarme era una condena ante la cual yo era completamente impotente, sufrí nuestras incompatibilidades y me forcé a cambiar elementos muy importantes para mí. Por otro lado, constantemente insistía en que él cambiara cosas que «evidentemente estaban mal», ¿cómo iba a estar bien irse con alguien a Honduras después de que le declaró amor eterno, sabiendo que éramos monógamos?, me preguntaba.

¿Qué pasa cuando me vuelvo responsable de mis decisiones y tomo acción al respecto?

Ahora cuando conozco a alguien que me gusta, estoy consciente de mis reacciones fisiológicas y emocionales. Amo disfrutarlas y sentir esa emoción tan rica que es propia del flechazo de cupido. También decido si quiero seguir sintiendo eso o no dependiendo de qué es lo que quiero.

Aunque suena intimidante, elegir mis relaciones y elegir enamorarme me empodera para saber si es lo que quiero para mí en mi vida.

La escalera eléctrica de las relaciones en la monogamia tradicional funciona así: te subes al primer escalón y la relación comienza a avanzar, quieras o no. Si te quedas mucho tiempo en un nivel (como ser novios sin vivir juntos), la gente empieza a preguntarte si todo está bien. Si no te mueves, se asume que tu escalera eléctrica está rota y hay que arreglarla o buscar otra que sí sirva.

En las relaciones éticas, monógamas y no monógamas, la escalera no es eléctrica y no está rota. Los involucrados pueden subir de escalón, bajar o quedarse en el que más les acomode el tiempo que quieran. Mediante la comunicación asertiva, la empatía y siguiendo los cuatro pilares de una relación ética (con la compasión por delante), la relación puede mantenerse viviendo separados, amándose profundamente toda su vida. También pueden decidir dejar de vivir juntos y seguir con su relación. Y pueden decidir que son «novios», «pareja», «vínculos», «langostas» o lo que quieran, siempre y cuando todos los involucrados lleguen a un significado común.

No hay una forma correcta de tener una relación romántica ya que todos somos diferentes. Lo que necesito contigo es diferente a lo que necesito con otra persona. Lo que necesito hoy probablemente sea diferente a lo que necesite en un año. La flexibilidad desde la compasión y la comunicación es clave.

Las relaciones no «pasan»

Al cambiar este punto de vista, me doy cuenta de que las cosas no me «pasan». Yo decido y elijo, independientemente de lo que el entorno me diga. No me enamoré de mi pareja «de pronto», construimos una relación poco a poco con mensajitos, apapachos, regalitos, palabras bonitas, besos, caricias, sexo, complicidad y tantas otras cosas que requieren que yo sea un agente activo en la situación. Estoy consciente de que mis sentimientos van creciendo poco a poco (a veces, no tan poco a poco) y veo los detalles que funcionan como leña que va avivando el fuego del enamoramiento.

También soy capaz de detenerme, ir más lento, retroceder o retirarme por completo dependiendo de lo que yo necesite (siempre informando al otro para mantenernos éticos). Es cierto que hay personas que disfrutan con dejarse llevar y eso es completamente válido, siempre y cuando se hagan responsables de esa decisión y no estén culpando al mundo por forzarlos a hacer cosas que no quieren.

Sí quiero pero me da vergüenza

Como hombre homosexual cisgénero y poliamoroso, la vergüenza no me es nada ajena. Cuando era niño, le pedí a mi mamá que me comprara unas hermosas casitas de Sailor Moon que estaban PRECIOSAS. Traían sus muñequitas, unos stickers para decorar la casa, muebles y hasta platitos. Muy contento las puse en un estante en mi cuarto para verlas todo el tiempo porque me hacían muy feliz… hasta que invité a un amigo a jugar a mi casa.

¿Y esas muñecas que están en tu cuarto?, me preguntó haciendo una mueca que anunciaba una inminente burla. ¡Son de mi hermana!, le dije inmediatamente. Mi hermana, bastante hábil, aprovechó la oportunidad y dijo sí, son mías, voy a agarrarlas para jugar con ellas. Volteé a verla y le recordé que mi mamá la había castigado, por lo que no podía jugar con ellas (con una mirada que decía ay de ti si me echas de cabeza).

Desde una temprana edad he enfrentado conflictos por mis gustos hacia las muñecas de Sailor Moon, mi gusto por la música, mi cuerpo delgado, mi orientación sexual, mi sexualidad y mi forma de relacionarme. Y a todo eso le decía «vergüenza».

Estoy mal, soy defectuoso, no soy suficiente, soy débil.

Gershen Kaufman dice que la vergüenza es la experiencia más perturbadora que los individuos pueden tener acerca de sí mismos; ninguna otra emoción se siente más profundamente perturbadora porque en el momento de la vergüenza, me siento herido desde adentro. Y es que la vergüenza no es sólo un sentimiento, es algo parecido a los celos en tanto que involucra varias emociones y depende de las circunstancias. Sin embargo, no sé cómo haya sido para ti, pero a mí no me enseñaron a distinguir las sutilezas esenciales que pueden ayudarme a trabajar este tipo de sensaciones.

Para empezar, ¿qué es la vergüenza? Es eso que te sucede cuando sientes que hiciste algo mal, aunque no es tan sencillo. Esa sensación viene de pensar que hice algo mal según otras personas. De ahí pueden venir emociones como la tristeza, el enojo y la decepción.

Y todo esto no es porque yo haya hecho algo malo, más bien se siente como si yo estuviera mal. Me defino como defectuoso, insuficiente, débil o, simplemente, un fracasado.

En el ejemplo del principio, yo sentía vergüenza porque se me había enseñado que los niños no juegan con muñecas. Es más, se esperaba que me dieran asco. El hecho de que a mí sí me gustaran implicaba que era un «maricón» o «joto», aunque no entendía muy bien qué significaba eso pero sabía que no era algo por lo que te aplaudieran. Y es eso, como seres sociales necesitamos el reconocimiento y el sentido de pertenencia, por lo que buscamos ser aceptados de una forma u otra.

Sí, aún esa persona que se jacta de ser extraña e inusual, que escucha música que nadie conoce y publica en Facebook su inconformidad con el capitalismo y lo mainstream. Hay un cierto orgullo en creer que no se pertenece a un grupo social pero eso, por definición, surge a partir del reconocimiento de ese grupo que me «desprecia» y, de cierta forma, me reconoce.

¡Qué difícil es decir sí quiero sin vergüenza!

Así como la historia de mis muñequitas (hoy tengo dos repisas enormes llenas), podría contarte mil ejemplos más de cosas que me atraían y me rehusaba a aceptar por vergüenza. No puedo decirle a mi pareja que quiero que nos mandemos mensajitos todo el día porque va a decir que soy un tóxico, no puedo pintarme las uñas porque van a decir que me veo mal, no puedo ponerme un short porque voy a parecer pollito con mis piernas flaquitas, no puedo subir fotos en calzones porque van a decir que soy un fácil, etc., etc., etc.

Y si hago una pausa para leer eso que acabo de escribir puedo darme cuenta que ninguno de esos juicios es mío. Todo eso son voces de otras personas en mi cabeza, desde mi padre que no entendía la homosexualidad hasta los comerciales de «antes y después» que mandan un mensaje muy claro: mi cuerpo no es atractivo y debo cambiarlo.

Por otro lado, socialmente no es aceptable sentir vergüenza. Esa palabra despierta muchas defensas del tipo ay, no, yo no siento vergüenza nunca. Precisamente porque pensamos que es algo que sienten los «débiles» o las personas que «necesitan más trabajo», ya sabes, esos otros, no yo.

¿De dónde viene mi vergüenza?

Depende de dónde venga. En español tendemos a utilizar «vergüenza» como un término general para varias situaciones. El problema con eso es que nos dificulta el poder identificar de dónde viene y, por lo tanto, cómo trabajarla. Yo ubico que la vergüenza que me provoca la voz de mi padre es insuficiencia, la voz de mi maestro que me dice que debería haber hecho un trabajo mejor es decepción. Aquí te pongo un pequeño acordeón para darle nombre a esas voces:

  • Timidez – Ante un extraño
    • Esto que siento es porque me siento juzgado por alguien que no conozco.
      • Me siento tímido de subir una foto sin playera por lo que vayan a pensar otros.
  • Decepción – Por una derrota temporal
    • Particularmente por algo que intenté hacer y no salió como esperaba.
      • Estoy decepcionado porque obtuve una calificación baja en mi examen.
  • Bochorno – Ante otras personas
    • Me siento abochornado porque mis amigos me vieron caerme.
  • Cohibición – Acerca de mi desempeño
    • Me siento cohibido porque temo no poder darle placer a mi pareja como siempre lo hago.
  • Inferioridad o insuficiencia – Acerca de quién soy
    • Me siento insuficiente porque no estoy tan musculoso como creo que debería estar para ser atractivo.

Además, todos esos tipos de vergüenza pueden ser situacionales o crónicos. La vergüenza situacional surge por un hecho o un acto específico, como cuando te caes enfrente de toda la clase y te levantas como si hubieras rebotado, sonriendo y diciendo así camino escondiendo el bochorno. La crónica tiene que ver más por quién soy, como la insuficiencia que siento cuando alguien me dice ¡qué flaquito estás! Como podrás imaginar, el problema de esta última es que se vuelve algo que me creo y se vuelve parte de mi personalidad. Siempre está en mi cabeza, resonando y recordándome lo inadecuado que soy.

Si le llamamos «vergüenza» a todos estos sentimientos, se vuelve difícil identificar qué hacer con ella. Ross Rosenberg habla de la vergüenza como si fuera musgo, dice que requiere obscuridad para poder crecer y estoy totalmente de acuerdo.

La vergüenza se alimenta de sí misma y, mientras no podamos lanzar luz sobre lo que la genera, seguirá haciéndose más grande y más molesta.

En un área como las relaciones afectivas o románticas, donde me encuentro con otra persona en una intimidad muy vulnerable, es posible que surjan estos sentimientos que me dificulten el poder disfrutar estar y pedir lo que necesito. Por ejemplo, si cuando estoy con mi pareja quisiera que me diera dos nalgadas y me amarrara a la cama pero no se lo digo por «vergüenza», es posible que esté perdiéndome de una oportunidad hermosa de conectar con la otra persona y vivir una parte muy placentera de mi sexualidad (o, en el peor de los casos, experimentar algo nuevo y reforzar la confianza en mi relación sabiendo que no hay juicios).

Si en lugar de «vergüenza» identifico que me siento cohibido, puedo platicar con mi pareja acerca de mi necesidad de sentirme validado en mi forma de darle u obtener placer. Si ubico inferioridad, puede ser que considere que la gente que disfruta esas prácticas sea desagradable y sienta miedo de que mi pareja piense eso de mí.

El mayor beneficio de poder trabajar la vergüenza es acceder a esas áreas de mi vida que están cerradas por miedo pero realmente tienen el potencial de darme placer, reconocimiento y felicidad.

Si puedes sentirlo, puedes sanarlo

Una de las razones por las que no hablo de emociones negativas es precisamente que para sanar algo, hay que saber qué duele, dónde y cómo. Es como ir al dentista y decirle quiero que me arregles el diente, sé que me duele pero como no quiero sentirlo me puse anestesia. No estoy seguro cuál es el que me duele ni cómo pero quiero que lo cures. Es cierto que estas emociones son desagradables pero están ahí por una razón y pueden ayudarnos a ubicar el problema.

Por supuesto, no tienes que hacer esto solo. Un terapeuta calificado puede acompañarte y ayudarte a obtener herramientas para poder observar esos sentimientos desagradables y sanar tu experiencia poco a poco. Además de eso, aquí hay otras formas de lidiar con la vergüenza:

  1. Escribe un incidente específico de tu niñez donde hayas sentido vergüenza. Incluye lo que sentiste y pensaste en ese momento, así como los que llegaron después.
  2. ¿Qué impulsos tuviste?
  3. ¿Querías alejarte de otros, acercarte o atacarlos?
  4. Si es posible, ubica dónde se siente esa vergüenza en tu cuerpo. Trata de ponerle color, textura, sonido y temperatura.
  5. Finalmente, escribe cómo crees que esa vergüenza todavía te influye.

Recuerda que la vergüenza no es tuya. Siempre está relacionada con alguien más, ya sea de tu presente o de tu pasado. Aunque tendemos a identificarnos con la vergüenza y eso nos lleva a creer que no somos dignos no tenemos la posibilidad de ser aceptados, no somos un sentimiento, somos seres complejos con varias capas.

Previniendo el apocalipsis: Los cuatro antídotos

En algunas relaciones empezamos en el paraíso, todo es hermoso hasta que suenan las trompetas que anuncian a los cuatro jinetes del apocalipsis. En el artículo anterior entré en detalle acerca de cada uno de ellos para que pudieras identificarlos. La crítica sucede cuando realizamos juicios que van más allá de la acción que nos incomoda y atacamos la otra persona por quien es, el desdén viene después cuando nos ponemos en un lugar de superioridad moral, el tercer jinete es estar a la defensiva que surge generalmente como respuesta a los primeros dos, y el cuarto jinete, stonewalling, sucede cuando se pierde la esperanza de llegar a algo y la persona decide retirarse vencida y decepcionada.

Bueno, ya sé que ahí están, no los vi llegar pero siento cómo mi relación se acerca al Final de sus Días. ¿Qué hago?

El primer antídoto – Ante la crítica, hablar desde mí

Una queja se enfoca en el comportamiento de otra persona y es completamente válida. Cuando le digo al otro que no quiero besarlo porque tiene aliento a cebolla, puedo hacerlo de muchas maneras y, a fin de cuentas, estoy hablando de un suceso específico. Es muy diferente cuando le digo que es un puerco, sucio y desconsiderado.

El antídoto ante la crítica es hablar desde ti. Evita decir «tú» y habla de lo que te sucede a ti, empezando tus oraciones con «yo» o «a mí».

Para lograr esto, es esencial que te hagas dos preguntas:

  • ¿Qué siento?
  • ¿Qué necesito?

Este antídoto se ve así:

Crítica: Llevas toda la tarde hablando de lo que te pasa a ti y no te importa cómo me fue a mí en el día. ¿Por qué eres tan egoísta?

Antídoto: Necesito sentirme escuchado por ti. Quiero platicar contigo acerca de qué me pasa, ¿puedes escucharme?

Tip: Utiliza estas herramientas de comunicación.

El segundo antídoto: Ante el desdén, la apreciación y la gratitud

Este jinete viene desde un lugar de superioridad moral. Puede surgir en forma de sarcasmo, insultos, voltear los ojos, burlas y humor hostil. En sociedades machistas, todo esto no sólo es aceptable sino llega a considerarse la mejor forma de manejar una situación de conflicto. Nos enseñan que siempre hay que ganarle al otro y demostrar que somos mejores.

El antídoto al desdén es construir una cultura de apreciación en tu relación. Expresa aprecio, gratitud y respeto frecuentemente y en pequeñas dosis. Gestos pequeños como decirle a tu pareja gracias por sacar la basura, aprecio tu presencia, respeto tu trabajo, comienzan a establecer un terreno fértil para una relación más amorosa.

De esta forma se crea una perspectiva positiva que funciona como una reserva de sentimientos amorosos ante los sentimientos negativos. Un problema que surge es que tendemos a dar por hecho lo positivo y solo remarcamos lo negativo. Por eso a veces parece que TODO ESTÁ MAL.

Velo como una cuenta de banco emocional. Si haces cinco depósitos positivos por cada negativo, te mantienes en una buena economía.

Ejemplo:

Desdén: No limpiaste bien el baño otra vez. Pero bueno, ¿qué puedo esperar de ti?

Antídoto: Entiendo que has estado más ocupado de lo normal últimamente. ¿Podríamos revisar las tareas de casa que nos tocan a cada quien para asegurarnos de que el baño esté limpio en la semana? Apreciaría mucho eso.

Tip: Utiliza los pasos para responder con empatía.

El tercer antídoto: Ante la defensa, la responsabilidad.

Cuando nos sentimos atacados, la respuesta natural es defendernos. Esta defensa puede surgir en forma de indignación o victimización ante una crítica o el desdén. Al surgir, el enfoque está en quién tiene la culpa, no en el problema o las necesidades de los involucrados.

El antídoto a la defensa es aceptar responsabilidad por la parte que me toca en el conflicto. Generalmente nos cuesta trabajo porque tenemos esta mentalidad de competencia y no queremos «ceder» o «perder».

La alternativa es dejar de verlo como una competencia entre nosotros y más como trabajo en equipo. Somos tú y yo contra este problema que tenemos. Estamos del mismo lado y, para que eso suceda, tenemos que reconocer que ambos somos responsables de una parte del conflicto. No siempre es fácil detener la respuesta automática de ¡yo no hice nada! La culpa nos detiene y lastima, la responsabilidad mueve.

Ejemplo:

Defensa: Ya teníamos esto planeado desde antes y ahora resulta que no va a pasar. Es tu culpa porque no lo apuntaste en el calendario y sabía que se te iba a olvidar.

Antídoto: Estoy frustrado porque no vamos a poder hacer esto que teníamos planeado. Sin embargo, entiendo que yo tampoco hice algo para prepararnos y asegurar que sucediera. Me gustaría que lo reagendáramos y pusiéramos un recordatorio ambos. ¿Qué opinas?

El cuarto antídoto: Ante el muro de piedra, el auto-cuidado.

Stonewalling es cuando alguien se retira completamente de un conflicto y deja de responder. Esto puede suceder cuando la persona se siente abrumada emocionalmente o bombardeada. De hecho, es algo que se siente fisiológicamente cuando tu cuerpo activa la respuesta de pelea o huida. Aunque puede ser difícil de aceptar, tu cuerpo no distingue la diferencia entre una amenaza externa y una generada por tu cerebro, ¡ambas son percibidas como reales!

El antídoto ante el muro de piedra es el auto-cuidado. Tu sistema nervioso requiere de alrededor de 30 minutos de espacio para poder reiniciarse y regresar a un equilibrio. Hay muchas formas de auto-cuidado, lo importante es que identifiques qué es lo que sirve para ti y que, durante ese tiempo, te enfoques en lo que TÚ necesitas.

Una herramienta muy efectiva para poder atender este jinete es el timeout. Esto implica tomar un tiempo para poder calmarse antes de continuar con una plática o discusión. Para que funcione, recuerda que los términos del timeout deben ser negociado con anterioridad para no tener que lidiar con detalles en el momento de emociones altas.

Algunos puntos a tomar en cuenta para un timeout efectivo son:

  • Debe durar al menos 20 minutos (con reloj en mano). Cuando se pide el timeout, se acuerda a qué hora se retomará la discusión.
  • Evitar indignación aparentemente justa (pues me voy porque contigo no se puede)
  • Evitar victimización (pues me voy porque nunca me escuchas)
  • Durante ese tiempo, haz algo que te tranquilice y te distraiga. No te pases 20 minutos pensando en lo que le vas a decir a la otra persona cuando regreses.

Ejemplo:

A: ¡Ya tenemos una hora discutiéndolo y no entiendo qué está pasando! ¿Por qué no puedes–

B: Mi amor, necesito interrumpirte porque me estoy sintiendo abrumado y necesito un timeout. Como acordamos anteriormente, me gustaría tomarnos veinte minutos y retomar la plática. ¿Estás de acuerdo?

Las guerras se ganan con planeación y estrategia

Y esta guerra no es contra tu pareja sino contra los jinetes. Cuando estén en momentos de tranquilidad, hagan planes y platiquen acerca de estrategias que pueden llevar a cabo cuando aparezca uno de los jinetes. Revisen sus detonantes y compártanlos para poder hacer equipo y evitar el apocalipsis.