Mi jornada hacia la no monogamia ética comenzó realmente con una cuasi-tríada accidentada que surgió a partir de asumir que podía controlar lo incontrolable e ignorar todo aquello que me incomodaba. La historia clásica fue: una pareja conoce a una persona, comienzan a relacionarse sexualmente, surgen afectos que se ignoran por miedo e inseguridad, todos se hacen mensos y, eventualmente, la relación colapsa cuando el vínculo entre dos es más fuerte que el que había entre los tres.
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Hay amistades que son tan cercanas, que nos llevan a preguntarnos “nos llevamos tan bien, ¿por qué no somos pareja?”. Puede ser que pasemos mucho tiempo juntos, tengamos muestras de cariño constantes, nos cuidemos, confiemos el uno en el otro y hasta haya interacción sexual, pero no estamos “enamorados”.
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Antes de comenzar mi relación poliamorosa, me consideraba monógamo. De hecho, era un monógamo serial aunque utilizaba el concepto como una broma sin saber que realmente es algo que existe. Desde mis dieciocho años estuve en relaciones de dos años o más, una tras otra, con periodos de algunos meses en medio (en los cuales estaba saliendo con gente hasta encontrar a mi siguiente novio). En esos periodos de “soltería”, experimenté salir con mucha gente, estar solo, enfocarme en mis amigos y hasta practicar nuevas habilidades.
Aún así, siempre arrastraba cosas de mis relaciones pasadas y me llegaron a hacer ruido cuando empezaba una nueva. Ahora que no tengo que dejar una relación actual para empezar otra, tengo una perspectiva diferente.
Más larga no es más exitosa
Uno de los mitos del amor romántico es que tenemos que estar con nuestra pareja “hasta que la muerte nos separe”. El problema aquí es que la única forma en que tu relación monógama sea exitosa es que alguno de los involucrados se muera. Cualquier otra alternativa asume un fracaso inmediato: separarse, divorciarse, abrir la relación o tomarse un tiempo. No importa qué tan hermosa, nutritiva, amorosa y maravillosa haya sido a relación, si se separan y siguen vivos, los comentarios son qué lástima que no haya funcionado.
Esto también implica que puedes estar en una relación tormentosa con alguien que tenga una forma de amar completamente incompatible contigo y recibir aprobación social porque “no se dieron por vencidos”. Eso está algo jodido, ¿no? En algún momento uno de mis exes me dijo que yo había “estado con él dos años más de lo que debí aguantar” (duramos dos años y medio), y tenía toda la razón. Desde que nos conocimos éramos fundamentalmente incompatibles: nuestras formas de expresar y recibir amor eran opuestas y conflictivas, nuestras metas no se encontraban y sexualmente nos gustaban cosas diferentes. Pero yo seguí insistiendo que debíamos seguir intentándolo porque “era amor de verdad”.
Hoy me detengo un poco a preguntarme qué hace mi relación exitosa. Qué cosas me hacen feliz día a día y cómo me ayuda a crecer en el gozo. Además, es importante revisar con qué lentes estoy viendo mi relación.
A veces, puedo pasar un día maravilloso en un parque de diversiones pero si me caigo antes de salir para regresar a casa y me lastimo, voy a recordar ese día como “el día que me lastimé” borrando todo lo divertido.
Todos hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían
Dependiendo de cómo termina la relación, es posible que nos quedemos con un mal sabor de boca debido a la culpa, al enojo, el resentimiento o la decepción que vienen con perder algo que era importante para nosotros. Y ese punto de vista reescribe la historia y de pronto ya “nos damos cuenta” de todo lo malo que no habíamos visto antes. Ay, qué tonto, si siempre fue horrendo y nunca lo supe. Pues, ¿qué crees? Igual y en ese momento no era horrendo.
Es como cuando te comes una hamburguesa así súper grasosa con queso, mucha salsa y chiles. La disfrutas muchísimo mientras la comes y después la maldices mientras te retuerces por la gastritis.
Tu “yo” de ese momento no sabía lo que sabes hoy. Siendo psicoterapeuta y especializándomelos en herramientas de comunicación y resolución de conflictos en pareja, me pasa que volteo a ver mi pasado y pienso qué tonto, ¿por qué hice tanto drama por eso que es tan insignificante?. Sólo que eso no era insignificante para mi “yo” pasado, de hecho mi “yo” pasado lo necesitaba y consideraba esencial para su bienestar. Y ESTÁ BIEN.
El Jaime de 18 años no se sentía suficiente, se sentía feo y creía que nadie podría amarlo como él necesitaba. Ese Jaime pensaba que era dramático, exagerado y codependiente. La única forma que tenía de poder obtener lo que necesitaba era estableciendo reglas restrictivas y siendo inflexible. En ese tiempo, yo no tenía las herramientas que tengo ahora y estaba haciendo lo mejor que podía. Mis parejas en su momento también. Ese hombre que me castigaba ignorándome no tenía otra forma de pedirme espacio, el que me presentaba como su primo no podía aceptarse a sí mismo ante su familia y el que me engañó para quedarse con el departamento sucumbió a su terror de no tener dónde vivir.
Entender lo que hice o hicieron no es para justificarlo, es sólo para validar mi experiencia y la del otro de forma que pueda verlo más compasivamente y hacer las paces con nuestro pasado.
Empezando de nuevo pero no desde cero
La idea de “borrón y cuenta nueva” no me parece útil. Personalmente, ahora utilizo todo eso “desagradable” que sucedió antes para poder conocerme más. ¿Qué límites fueron cruzados y que ahora quiero proteger? ¿Qué acuerdos me hicieron daño y ahora necesito renegociar? ¿Qué reglas nos restringían y qué había detrás?
Cuando dejo de ver a mi ex como el villano y a mí como la víctima, soy capaz de ver mi “relación fallida” como lo que es: una relación entre dos seres humanos que se hicieron lo que pudieron.
Tips prácticos:
Conoce tus lenguajes del amor (haz el quiz aquí).
Estos no son un horóscopo ni un manual que te exhibe de responsabilidad de pedir lo que necesitas. Sin embargo, sí puede ayudarte a identificar y poner en palabras eso que necesitas.
Practica tus lenguajes del amor en ti mismo.
Ya que sabes cuáles de los cinco son los que mejor recibes, inténtalos contigo mismo y descubre cómo te sientes mejor. Esto es útil también para poder comunicárselo a una futura pareja. Es mucho más efectivo decirle a tu pareja las palabras de afirmación me ayudan a sentirme amado y especial que quiero que me hagas sentir que me amas.
Reaprópiate de tus hábitos
Cuando terminamos una relación, hay hábitos que se interrumpen de golpe. A veces extrañamos más eso que a la persona en sí. Por ejemplo, los mensajitos de buenos días, la compañía constante o la sensación de complicidad ante ciertas cosas. Desmenuza las necesidades que cubren esas acciones y explora alternativas que podrían empezar a darte algo similar.
Para hacer esto, primero piensa momentos agradables de tu relación y escríbelos, describiendo cómo te sentías físicamente en ese momento. Ubica las cosas observables que sucedieron (me dio una rosa es observable, me demostró amor es interpretación). Replica esas acciones con otras personas o pídele a alguien que lo haga para ti.
No, no es “patético” pedir lo que necesitas. Empieza a decirte a ti mismo que mereces pedir lo que quieres.
Con todo esto puedes ser más intencional al empezar una relación nueva. No es que te “pase”, puedes ir construyendo la relación que necesitas y quieres.