Mi primera relación romántica estuvo llena de sufrimiento, dolor y malos entendidos. A mis 19 años mi madre me dijo, «si no puedes dejarlo no lo dejes, eventualmente el dolor será tanto que no tendrás opción«.
Nos conocimos en uno de los primeros antros gay a los que fui. Estaba yo con un amigo y tenía la firme intención de conocer al «amor de mi vida» para empezar mi primera relación fuera del clóset, llena de momentos clichés románticos. Vi a un hombre que me pareció muy guapo y, para mi sorpresa, me sonrió. Cuando le dije a mi amigo lo que estaba sucediendo, él me vio a los ojos y me dijo «no, él no».
Por supuesto, no le hice caso. Si no, no habría historia qué contar.
Las primeras citas fueron muy bonitas y románticas. Ambos estábamos haciendo lo mejor para ser lo más alejados de lo que realmente éramos para sorprendernos mutuamente. Yo hacía como que no necesitaba mucho apapacho y él actuaba como que era muy amoroso. Para cuando nos dimos cuenta de que nuestros lenguajes de amor, nuestros círculos sociales, nuestros intereses y nuestros proyectos a futuro eran absolutamente incompatibles, ya era demasiado tarde. Ya éramos novios.
Amar es una decisión
Un amigo muy querido me compartió hace un tiempo su definición de amor. Él dice que ama a su esposo porque así lo decide, no porque sea el destino o porque se hayan enamorado. Ese día, mi mente explotó un poco. Se nos enseña que nuestra vida amorosa es muy sencilla: conoces a alguien, te gusta, te enamoras y ya, no hay necesidad de que tú hagas nada puesto que todo se ha decidido por ti.
En la historia que te conté al principio, yo asumí que nos enamoramos porque simplemente así es la vida. No es que no me haya dado cuenta de qué tan incompatibles éramos sino que pensé que eso no era importante si era amor de verdad. Cuando por fin pude terminar con él (en una escena dramática en una madrugada nublada), pasé años hablando de él como la persona más «tóxica» que había conocido, juzgando todo lo que había hecho «para hacerme daño» y cómo yo era un «imbécil» por haber dejado que me tratara así.
Yo era de esos que le echaba la culpa a Cupido por haberme enamorado de «ese infame» o «esa persona tóxica» siendo que yo soy tan amoroso y fiel. El problema de esto es que me quita toda responsabilidad y capacidad de agencia. Las princesas son rescatadas y los príncipes son cautivados, nosotros somos los héroes de nuestra propia historia y todo aquello que salga «mal» es responsabilidad de los dioses del amor que juegan con nuestro corazón.
No soy yo, es Cupido
Probablemente conoces cómo se siente la energía de nueva relación (ENR). Hay quienes dicen que el enamoramiento es una situación universal y que «no hay ninguna cultura que no lo experimente». Yo siempre tomo este tipo de generalizaciones con algo de cautela ya que me es difícil pensar en absolutos. Por otro lado, tampoco me parece relevante. Lo importante para este artículo es como tú y yo experimentamos esta sensación. Para mí, es un calor en el pecho, en las mejillas, pensamientos constantes en la otra persona y un alivio placentero cuando tenemos cualquier tipo de contacto. Pero eso es ya cuando estoy bastante metido en el enamoramiento.
Y es que fisiológicamente sí hay químicos en nuestro cerebro que se ponen intensos cuando conocemos a alguien con quien hacemos click, así como también nos dan ganas de dar el tarjetazo cuando vemos ese artículo que nos encanta o queremos comernos la pizza completa. Esa parte animal está ahí y es muy real.
Sólo que como seres humanos, no somos esclavos de nuestros instintos.
Cuando conocí a este hombre de la historia de hoy, me sentí inmediatamente atraído. ¿Por qué? Puede ser por mi historia, por mi contexto, por mis carencias, por mis habilidades, por los astros, por Cupido o porque simplemente era un hombre atractivo. Yo decidí seguir conociéndolo. Cuando tuvimos las primeras discusiones, cuando empezaron las situaciones donde yo me sentía denigrado y rechazado, yo decidí seguir en esa relación. Cuando me quedé solo en la calle esperándolo porque había ido a ver a su jefa sin saber que tenía una hora que se había ido a su casa, yo decidí seguir viéndolo.
Yo digo hasta dónde
Hay varios mitos del amor romántico que nos dicen que debemos seguir en una relación, escalando cada vez más. Entre los más evidentes está «el amor es escaso». En este artículo puedes leer más a detalle cómo vivimos este mito pero una de las ideas que más me resuena es que cuando elijo algo porque creo que no tengo opción, no estoy eligiendo realmente.
Como yo pensaba que enamorarme era una condena ante la cual yo era completamente impotente, sufrí nuestras incompatibilidades y me forcé a cambiar elementos muy importantes para mí. Por otro lado, constantemente insistía en que él cambiara cosas que «evidentemente estaban mal», ¿cómo iba a estar bien irse con alguien a Honduras después de que le declaró amor eterno, sabiendo que éramos monógamos?, me preguntaba.
¿Qué pasa cuando me vuelvo responsable de mis decisiones y tomo acción al respecto?
Ahora cuando conozco a alguien que me gusta, estoy consciente de mis reacciones fisiológicas y emocionales. Amo disfrutarlas y sentir esa emoción tan rica que es propia del flechazo de cupido. También decido si quiero seguir sintiendo eso o no dependiendo de qué es lo que quiero.
Aunque suena intimidante, elegir mis relaciones y elegir enamorarme me empodera para saber si es lo que quiero para mí en mi vida.
La escalera eléctrica de las relaciones en la monogamia tradicional funciona así: te subes al primer escalón y la relación comienza a avanzar, quieras o no. Si te quedas mucho tiempo en un nivel (como ser novios sin vivir juntos), la gente empieza a preguntarte si todo está bien. Si no te mueves, se asume que tu escalera eléctrica está rota y hay que arreglarla o buscar otra que sí sirva.
En las relaciones éticas, monógamas y no monógamas, la escalera no es eléctrica y no está rota. Los involucrados pueden subir de escalón, bajar o quedarse en el que más les acomode el tiempo que quieran. Mediante la comunicación asertiva, la empatía y siguiendo los cuatro pilares de una relación ética (con la compasión por delante), la relación puede mantenerse viviendo separados, amándose profundamente toda su vida. También pueden decidir dejar de vivir juntos y seguir con su relación. Y pueden decidir que son «novios», «pareja», «vínculos», «langostas» o lo que quieran, siempre y cuando todos los involucrados lleguen a un significado común.
No hay una forma correcta de tener una relación romántica ya que todos somos diferentes. Lo que necesito contigo es diferente a lo que necesito con otra persona. Lo que necesito hoy probablemente sea diferente a lo que necesite en un año. La flexibilidad desde la compasión y la comunicación es clave.
Las relaciones no «pasan»
Al cambiar este punto de vista, me doy cuenta de que las cosas no me «pasan». Yo decido y elijo, independientemente de lo que el entorno me diga. No me enamoré de mi pareja «de pronto», construimos una relación poco a poco con mensajitos, apapachos, regalitos, palabras bonitas, besos, caricias, sexo, complicidad y tantas otras cosas que requieren que yo sea un agente activo en la situación. Estoy consciente de que mis sentimientos van creciendo poco a poco (a veces, no tan poco a poco) y veo los detalles que funcionan como leña que va avivando el fuego del enamoramiento.
También soy capaz de detenerme, ir más lento, retroceder o retirarme por completo dependiendo de lo que yo necesite (siempre informando al otro para mantenernos éticos). Es cierto que hay personas que disfrutan con dejarse llevar y eso es completamente válido, siempre y cuando se hagan responsables de esa decisión y no estén culpando al mundo por forzarlos a hacer cosas que no quieren.