Las relaciones éticas funcionan cuando todos los involucrados tienen agencia, son honestos, dan su consentimiento y actúan con compasión (aquí puedes leer mi propuesta de cuatro pilares para una relación ética). En otras palabras, todos pueden hacer lo que quieran siempre y cuando todos estén de acuerdo. En la práctica, hay algunos baches.
Llega el momento que tanto has esperado, el día en que tu pareja y tú harán acuerdos éticos. Sabes que puedes pedir lo que quieras y que podrán negociarlo con compasión buscando el bienestar de ambos. Tu pareja te ve a los ojos con todo el amor del mundo y te pregunta ¿y tú qué quieres, mi amor?
Ves su mirada y tu corazón se detiene. ¿Qué quiero?, piensas. Pues quiero muchas cosas, quiero poder salir con mis amigos los viernes y sentirme contento de pasarla con ellos, quiero poder llegar a casa a ver mi serie favorita solo algunas veces, quiero ir al concierto de ese artista que no te gusta y que me acompañe alguien que sea fan. Todo está muy claro. Así que respondes con no sé.
Lo que realmente piensas es esto: Pues quiero muchas cosas, quiero poder salir con mis amigos los viernes y sentirme contento de pasarla con ellos (pero si me voy te vas a sentir solo e igual y te enojas o te hago daño… tal vez te den celos y te sientas inseguro o hecho a un lado), quiero poder llegar a casa a ver mi serie favorita solo algunas veces (pero siempre vemos la tele juntos y siempre vemos cosas juntos, si te digo que quiero ver algo solo, te vas a sentir rechazado e igual piensas que no me gusta tu compañía), quiero ir al concierto de ese artista que no te gusta y que me acompañe alguien que sea fan (pero igual y te dan celos porque comparta algo así con alguien que no seas tú).
A lo mucho, probablemente surja un débil me gustaría ver esta serie algún día, si no tienes problema. Y se queda ahí, como un deseo de algo que probablemente nunca suceda.
¿Por qué es tan difícil decir quiero?
Así lo aprendimos
En México tenemos algunas características que nos dificultan el poder realmente pedir lo que queremos y no forzarnos a estar en lugares que nos hacen sentir incómodos. Comencemos por lo más evidente.
Culturalmente tendemos a darle la vuelta a las cosas porque ser directo es considerado agresivo. Me gustaría, por favor, si no es demasiada molestia, que platicáramos acerca de nuestra vida sexual en algún momento pero sólo si no es un problema. Tú me avisas cuándo, ¿va? ¿Te suena? Utilizamos palabras como me gustaría, estaría padre, ojalá pasara y otras tantas en lugar de un simple, sencillo y claro quiero. Sólo que decir quiero hablar de nuestra vida sexual tiende a ser recibido peor que una cachetada.
«No» es una opción también
Parte de que recibamos un quiero como algo agresivo es que no estamos acostumbrados a decir no. En lugar de eso surgen respuestas como ahorita no, en un ratito, más o menos y demás. Entonces nos la pasamos platicando de situaciones imaginarias y dando respuestas vagas. No es de sorprenderse que nos quedemos atrapados en acuerdos que no nos satisfacen.
Pensemos en un ejemplo de la vida real:
Llegando a una tienda, preguntas por algo que te gustó. Te lo muestran y te encanta. Preguntas el precio y te das cuenta de que no quieres pagar tanto por ese objeto. ¿Dices no lo quiero, gracias o déjeme dar la vuelta y regreso? Aunque la persona de la tienda sabe que no vas a regresar. Tú sabes que no vas a regresar. El perrito de la esquina que te ve salir de la tienda sabe que no vas a regresar.
Ahora pasemos a un ejemplo en una relación:
A: Me gustaría que platicáramos acerca de nuestra vida sexual.
B: Sí, es algo importante.
A: …
B: …
A: …
B: ¿Qué quieres comer hoy?
A: (Pues sí, le vale madres lo que yo quiero. Pero es mi culpa por creer en él). Lo que tú quieras.
B: ¿Quieres comer sushi?
A: (Ya sabes que me gusta más la pizza pero nunca me escuchas ni me atiendes). Como tú quieras.
Y así podría seguir el diálogo pero probablemente tú ya lo conozcas.
Abandonado o absorbido
¿De qué sirve poder pedir claramente lo que queremos? Para empezar, si no lo dices las probabilidades de que lo obtengas son mínimas. Sí, puede ser que por una serie de sucesos coincidentales milagrosamente suceda exactamente lo que esperas; sin embargo, eso pasará muy esporádicamente. Por otro lado, me permite diferenciarme de la otra persona y seguir siendo un individuo – que es probablemente lo que generó que nuestra relación surgiera desde un principio.
Las relaciones sexoafectivas como las conocemos son un terreno fértil para la codependencia. Nos vamos acercando poco a poco hasta que perdemos la capacidad de hablar de manera individual: esa película nos gusta mucho, ese restaurante es nuestro favorito, a nosotros no nos parece cómo se lleva esa otra pareja, etc. Y no es que esté mal. De hecho, también se genera un ambiente donde hay mucha seguridad y comodidad. Ya pertenecemos a algo y estamos tan unidos que prácticamente nos fusionamos.
El problema viene cuando realmente ya no puedes distinguir entre lo que quieres tú, lo que quiere tu pareja y lo que quieren juntos. Me gusta llegar a casa a jugar videojuegos se vuelve nos gusta estar en la casa. Se siente como si fueran mutuamente exclusivos. ¿Por qué? Porque si decido hablar acerca de mí, es como si rompiera el nosotros. Al decir hoy yo quiero, pareciera que digo ya no quiero que queramos. (Si este es tu caso, en esta entrada explico cómo desenredarte)
Confía en que tu pareja es capaz
Puede sonar muy noble el sacrificio de lo que quieres para asegurarte de que el otro está bien. De hecho, probablemente es la historia que te vendes pero si le echamos un vistazo más profundo, hay un fondo no tan loable.
Detrás del no quiero que te sientas mal está el mensaje tú no puedes así que tengo que hacerlo por ti.
No quiero pedirle a mi pareja que haga esto por mí porque no creo que sea capaz de decirme que no. No quiero que sepa que estoy incómodo porque no va a poder con eso y nos va a llevar a una discusión que nos hará tronar. Todo por mi culpa, porque todo depende de mí, porque sólo yo puedo arreglar las cosas. Mi pareja no es capaz.
Suena algo crudo pero… ¿te checa? A mí sí. Mucho.
Me he dado cuenta de que mi tendencia a siempre resolver y tomar la responsabilidad de todo también viene de un lugar muy soberbio. ¿Por qué mi pareja no podría tomar las riendas de vez en cuando y resolver los conflictos? ¿Por qué creo que si le pido algo a mi pareja que no quiere hacer, no va a ser capaz de decirme que no? ¿Qué no somos adultos responsables? (Si tu respuesta es algo como uy, no, este wey nomás no va a poder, tal vez la pregunta es más: ¿quieres un compañero de vida o un hijo a quien cargar?
Confía en tu pareja. Dale la oportunidad de demostrar que sí puede. Sobre todo porque si tu relación depende de que tú no pidas lo que quieres, eventualmente te vas a cansar.
Además, la comunicación asertiva es la mejor forma de asegurarte de que el consentimiento no se vuelva coerción. En la siguiente entrada entraré en más detalle.