En mis años como docente una de las palabras que más me había acostumbrado a escuchar era perdón. Sin embargo es como cuando dices una misma palabra muchas veces, ¿lo has hecho? Piensa en cualquier palabra y dila en voz alta unas treinta veces. Como en la décima, empieza a volverse más una serie de sonidos que un concepto y pierde sentido completamente. Mis alumnos lo hacían como un reflejo y ni siquiera volteaban a verme.
Al principio, empecé a cuestionar su disculpa preguntando ¿por qué pides perdón? Sus respuestas iban desde porque así debe ser hasta no sé. Cuando les proponía la idea de que estaban pidiendo perdón por haberme lastimado, les parecía exagerado. Ellos tenían la idea de que lastimar a alguien requiere violencia intensa y evidente.
En los últimos años, empecé a rechazar sus disculpas. Comencé a contestar diciéndoles no necesito que te disculpes, necesito que mejores. La primer recompensa que obtuve fue sus caras de asombro y confusión. Imagino que pensaban ¿o sea que tengo que hacer algo? ¡ya pedí perdón!
No pidas, ofrece.
Por supuesto, uno no puede observar el abismo sin que el abismo lo observe a uno también (parafraseando a Nietzsche). Empecé a darme cuenta de lo vacías que son las disculpas. Además, en nuestro idioma las disculpas son una petición. ¡Imagínate! Además de haberte hecho daño, estoy pidiéndote que me des algo. ¿No hay algo raro ahí?
Entonces me topé con un artículo que hablaba precisamente de esto. Pedir perdón u ofrecer disculpas es lo último que se hace después de haber cometido una falta – al menos si es que se busca que haya un cambio real.
Paso 1 – Reconoce el comportamiento
Antes que nada, es importante dejarle saber al otro que su percepción es válida e importante para nosotros (finalmente, si quiero pedir perdón es probable que esa persona me importe). Describe las acciones y los hechos de la forma más objetiva posible y, de preferencia, checa con la otra persona para asegurarte de que están hablando de lo mismo.
Ejemplo: En la mañana quedé de llamarte para quedar a qué hora iríamos al cine hoy. Pasó el día y no te llamé. ¿Es esto lo que sucedió?
Quédate abierto a escuchar detalles o particularidades que tal vez no percibiste. Recuerda que en este momento, no estás buscando defender tu orgullo sino acercarte y ayudar a esa persona que te importa y que está pasando por un mal rato.
Paso 2 – Reconoce las emociones del otro
Aquí entra la empatía como la expliqué en el artículo anterior. Hay que considerar cómo mi comportamiento le afectó al otro, aún si yo no me sentiría igual. ¡Esto no es acerca de ti!
Ejemplo: Veo que estás enojado y distante. Entiendo que estás lastimado.
Si no estás seguro de cómo se siente el otro (porque no eres adivino o porque no estás acostumbrado a hablar de sentimientos), es completamente válido preguntar y pedir una descripción.
Ejemplo: Sé que lo que hice te ofendió/hirió. Quiero entender cómo te sientes, ¿me podrías decir?
Paso 3 – Repara
Aquí es donde se pone bueno. No es sólo decir que lo sientes, es tomar acciones claras para repara el daño hecho. Pro tip: pregúntale a la otra persona si hay algo específico que podrías hacer para repara el daño y revisa si es algo a lo que estás dispuesto. Puede ser desde una promesa de no repetirlo, un cambio de conducta o hasta alejarte.
Ejemplo: A partir de ahora, cuando quede de llamarte pondré una alarma en mi teléfono para evitar que se me vaya el tiempo. ¿Hay algo que pueda hacer en este momento para atender tu necesidad?
Paso 4 – Ofrece disculpas
Idealmente, a estas alturas pedir disculpas puede hasta estar de más, a menos que la forma de reparar sea ofrecer una disculpa.
Bonus: Paso 5 – Revísate y no hagas promesas que no puedes cumplir
Hay quienes dicen que no hay diferencia si te disculpas o no cuando vuelves a cometer la falta. Yo creo que hay una diferencia enorme: la primera vez es un error, la segunda es descuido y ya trae un rompimiento de compromiso como postre. No sólo es una acción que le hace daño a la persona sino que también lastima la confianza en la relación.
Para evitar esto, es necesario que seas muy honesto contigo mismo y revises si es que realmente eres capaz de hacer el cambio necesario. La idea del amor romántico que nos dice que siempre se puede, aunque seamos fundamentalmente incompatibles, puede que nos lleve a forzarnos a prometer más de lo que podemos dar.
¿Cómo sé hasta dónde?
Ubica tus límites y qué tanto eres capaz de ser flexible. Tal vez no eres capaz de dejar de poner tu chamarra en la silla de la sala, pero sí puedes comprar un perchero. O quizás no puedes dejar de ligar gente en el metro pero sí puedes ser consciente de lo que haces y llegar a un acuerdo con tu pareja.
Si te das cuenta de que siempre te disculpas por lo mismo, tal vez es tiempo de checar compatibilidades y buscar alternativas.