Sí quiero pero me da vergüenza

14 de julio de 2020by Psic. Jaime Gama3

Como hombre homosexual cisgénero y poliamoroso, la vergüenza no me es nada ajena. Cuando era niño, le pedí a mi mamá que me comprara unas hermosas casitas de Sailor Moon que estaban PRECIOSAS. Traían sus muñequitas, unos stickers para decorar la casa, muebles y hasta platitos. Muy contento las puse en un estante en mi cuarto para verlas todo el tiempo porque me hacían muy feliz… hasta que invité a un amigo a jugar a mi casa.

¿Y esas muñecas que están en tu cuarto?, me preguntó haciendo una mueca que anunciaba una inminente burla. ¡Son de mi hermana!, le dije inmediatamente. Mi hermana, bastante hábil, aprovechó la oportunidad y dijo sí, son mías, voy a agarrarlas para jugar con ellas. Volteé a verla y le recordé que mi mamá la había castigado, por lo que no podía jugar con ellas (con una mirada que decía ay de ti si me echas de cabeza).

Desde una temprana edad he enfrentado conflictos por mis gustos hacia las muñecas de Sailor Moon, mi gusto por la música, mi cuerpo delgado, mi orientación sexual, mi sexualidad y mi forma de relacionarme. Y a todo eso le decía «vergüenza».

Estoy mal, soy defectuoso, no soy suficiente, soy débil.

Gershen Kaufman dice que la vergüenza es la experiencia más perturbadora que los individuos pueden tener acerca de sí mismos; ninguna otra emoción se siente más profundamente perturbadora porque en el momento de la vergüenza, me siento herido desde adentro. Y es que la vergüenza no es sólo un sentimiento, es algo parecido a los celos en tanto que involucra varias emociones y depende de las circunstancias. Sin embargo, no sé cómo haya sido para ti, pero a mí no me enseñaron a distinguir las sutilezas esenciales que pueden ayudarme a trabajar este tipo de sensaciones.

Para empezar, ¿qué es la vergüenza? Es eso que te sucede cuando sientes que hiciste algo mal, aunque no es tan sencillo. Esa sensación viene de pensar que hice algo mal según otras personas. De ahí pueden venir emociones como la tristeza, el enojo y la decepción.

Y todo esto no es porque yo haya hecho algo malo, más bien se siente como si yo estuviera mal. Me defino como defectuoso, insuficiente, débil o, simplemente, un fracasado.

En el ejemplo del principio, yo sentía vergüenza porque se me había enseñado que los niños no juegan con muñecas. Es más, se esperaba que me dieran asco. El hecho de que a mí sí me gustaran implicaba que era un «maricón» o «joto», aunque no entendía muy bien qué significaba eso pero sabía que no era algo por lo que te aplaudieran. Y es eso, como seres sociales necesitamos el reconocimiento y el sentido de pertenencia, por lo que buscamos ser aceptados de una forma u otra.

Sí, aún esa persona que se jacta de ser extraña e inusual, que escucha música que nadie conoce y publica en Facebook su inconformidad con el capitalismo y lo mainstream. Hay un cierto orgullo en creer que no se pertenece a un grupo social pero eso, por definición, surge a partir del reconocimiento de ese grupo que me «desprecia» y, de cierta forma, me reconoce.

¡Qué difícil es decir sí quiero sin vergüenza!

Así como la historia de mis muñequitas (hoy tengo dos repisas enormes llenas), podría contarte mil ejemplos más de cosas que me atraían y me rehusaba a aceptar por vergüenza. No puedo decirle a mi pareja que quiero que nos mandemos mensajitos todo el día porque va a decir que soy un tóxico, no puedo pintarme las uñas porque van a decir que me veo mal, no puedo ponerme un short porque voy a parecer pollito con mis piernas flaquitas, no puedo subir fotos en calzones porque van a decir que soy un fácil, etc., etc., etc.

Y si hago una pausa para leer eso que acabo de escribir puedo darme cuenta que ninguno de esos juicios es mío. Todo eso son voces de otras personas en mi cabeza, desde mi padre que no entendía la homosexualidad hasta los comerciales de «antes y después» que mandan un mensaje muy claro: mi cuerpo no es atractivo y debo cambiarlo.

Por otro lado, socialmente no es aceptable sentir vergüenza. Esa palabra despierta muchas defensas del tipo ay, no, yo no siento vergüenza nunca. Precisamente porque pensamos que es algo que sienten los «débiles» o las personas que «necesitan más trabajo», ya sabes, esos otros, no yo.

¿De dónde viene mi vergüenza?

Depende de dónde venga. En español tendemos a utilizar «vergüenza» como un término general para varias situaciones. El problema con eso es que nos dificulta el poder identificar de dónde viene y, por lo tanto, cómo trabajarla. Yo ubico que la vergüenza que me provoca la voz de mi padre es insuficiencia, la voz de mi maestro que me dice que debería haber hecho un trabajo mejor es decepción. Aquí te pongo un pequeño acordeón para darle nombre a esas voces:

  • Timidez – Ante un extraño
    • Esto que siento es porque me siento juzgado por alguien que no conozco.
      • Me siento tímido de subir una foto sin playera por lo que vayan a pensar otros.
  • Decepción – Por una derrota temporal
    • Particularmente por algo que intenté hacer y no salió como esperaba.
      • Estoy decepcionado porque obtuve una calificación baja en mi examen.
  • Bochorno – Ante otras personas
    • Me siento abochornado porque mis amigos me vieron caerme.
  • Cohibición – Acerca de mi desempeño
    • Me siento cohibido porque temo no poder darle placer a mi pareja como siempre lo hago.
  • Inferioridad o insuficiencia – Acerca de quién soy
    • Me siento insuficiente porque no estoy tan musculoso como creo que debería estar para ser atractivo.

Además, todos esos tipos de vergüenza pueden ser situacionales o crónicos. La vergüenza situacional surge por un hecho o un acto específico, como cuando te caes enfrente de toda la clase y te levantas como si hubieras rebotado, sonriendo y diciendo así camino escondiendo el bochorno. La crónica tiene que ver más por quién soy, como la insuficiencia que siento cuando alguien me dice ¡qué flaquito estás! Como podrás imaginar, el problema de esta última es que se vuelve algo que me creo y se vuelve parte de mi personalidad. Siempre está en mi cabeza, resonando y recordándome lo inadecuado que soy.

Si le llamamos «vergüenza» a todos estos sentimientos, se vuelve difícil identificar qué hacer con ella. Ross Rosenberg habla de la vergüenza como si fuera musgo, dice que requiere obscuridad para poder crecer y estoy totalmente de acuerdo.

La vergüenza se alimenta de sí misma y, mientras no podamos lanzar luz sobre lo que la genera, seguirá haciéndose más grande y más molesta.

En un área como las relaciones afectivas o románticas, donde me encuentro con otra persona en una intimidad muy vulnerable, es posible que surjan estos sentimientos que me dificulten el poder disfrutar estar y pedir lo que necesito. Por ejemplo, si cuando estoy con mi pareja quisiera que me diera dos nalgadas y me amarrara a la cama pero no se lo digo por «vergüenza», es posible que esté perdiéndome de una oportunidad hermosa de conectar con la otra persona y vivir una parte muy placentera de mi sexualidad (o, en el peor de los casos, experimentar algo nuevo y reforzar la confianza en mi relación sabiendo que no hay juicios).

Si en lugar de «vergüenza» identifico que me siento cohibido, puedo platicar con mi pareja acerca de mi necesidad de sentirme validado en mi forma de darle u obtener placer. Si ubico inferioridad, puede ser que considere que la gente que disfruta esas prácticas sea desagradable y sienta miedo de que mi pareja piense eso de mí.

El mayor beneficio de poder trabajar la vergüenza es acceder a esas áreas de mi vida que están cerradas por miedo pero realmente tienen el potencial de darme placer, reconocimiento y felicidad.

Si puedes sentirlo, puedes sanarlo

Una de las razones por las que no hablo de emociones negativas es precisamente que para sanar algo, hay que saber qué duele, dónde y cómo. Es como ir al dentista y decirle quiero que me arregles el diente, sé que me duele pero como no quiero sentirlo me puse anestesia. No estoy seguro cuál es el que me duele ni cómo pero quiero que lo cures. Es cierto que estas emociones son desagradables pero están ahí por una razón y pueden ayudarnos a ubicar el problema.

Por supuesto, no tienes que hacer esto solo. Un terapeuta calificado puede acompañarte y ayudarte a obtener herramientas para poder observar esos sentimientos desagradables y sanar tu experiencia poco a poco. Además de eso, aquí hay otras formas de lidiar con la vergüenza:

  1. Escribe un incidente específico de tu niñez donde hayas sentido vergüenza. Incluye lo que sentiste y pensaste en ese momento, así como los que llegaron después.
  2. ¿Qué impulsos tuviste?
  3. ¿Querías alejarte de otros, acercarte o atacarlos?
  4. Si es posible, ubica dónde se siente esa vergüenza en tu cuerpo. Trata de ponerle color, textura, sonido y temperatura.
  5. Finalmente, escribe cómo crees que esa vergüenza todavía te influye.

Recuerda que la vergüenza no es tuya. Siempre está relacionada con alguien más, ya sea de tu presente o de tu pasado. Aunque tendemos a identificarnos con la vergüenza y eso nos lleva a creer que no somos dignos no tenemos la posibilidad de ser aceptados, no somos un sentimiento, somos seres complejos con varias capas.

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