Mi ex no era un villano y yo no soy una víctima

Uno de los mitos del amor romántico es que tenemos que estar con nuestra pareja “hasta que la muerte nos separe”. El problema aquí es que la única forma en que tu relación monógama sea exitosa es que alguno de los involucrados se muera. Cualquier otra alternativa asume un fracaso inmediato: separarse, divorciarse, abrir la relación o tomarse un tiempo. No importa qué tan hermosa, nutritiva, amorosa y maravillosa haya sido a relación, si se separan y siguen vivos, los comentarios son “qué lástima que no haya funcionado”.

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Focos rojos – una pausa para decidir.

Si buscas focos rojos (o «red flags”) en Google, vas a encontrar una gran cantidad de artículos que te aseguran tener LA lista definitiva de aquello que debes evitar para tener una relación sana y no tóxica. Sin embargo, eso asume que todos queremos exactamente la misma relación, con el mismo tipo de persona que ame exactamente de la misma forma todo el tiempo. Y, pues sí, eso es lo que nos venden en todas las películas románticas. 


Piensa más semáforo que un muro de piedra 


Imagina que vas manejando felizmente por una calle y ves un semáforo en rojo. Tienes dos opciones, detenerte o seguir. No es que el semáforo se manifieste en un muro de piedra que te diga qué hacer, sino que te avisa que no es seguro seguir y allá tú si te lanzas. Decides detenerte y ves a tu alrededor, dándote cuenta de que ese camino no es el mejor para llegar a donde quieres, así que das una vuelta y tomas uno diferente. 


Ya que cuando hablamos de relaciones afectivas, a muchos se nos confunden los cables, velo así: si comienzas a trabajar en un lugar nuevo y no te pagan cuando te lo prometieron, ¿sigues trabajando ahí? Si decides no irte, estás aceptando una relación donde no vas a obtener lo que quieres a cambio de tu esfuerzo. De igual modo, si vas por una calle en la noche y te das cuenta que está sola y sin iluminación, puedes detenerte a evaluar la situación y decidir cómo proceder.

Todos estos son foco rojos que te dicen, “detente, ¿es esto lo que quieres?”. 


Dependiendo de quién seas y en qué momento de tu vida te encuentres, es probable que esos ejemplos sean un foco rojo importante o, tal vez, sólo uno amarillo que te dice “sigue pero con precaución”. 


Si no sé a dónde quiero llegar, no habrá focos rojos


Personalmente, soy una persona que disfruta mucho del contacto y las demostraciones de amor físicas constantes. Y por “constantes” quiero decir “todo el tiempo”. Cuando estoy con cualquiera de mis parejas, siempre estamos de la mano o abrazados – SIEMPRE. En muchas ocasiones, conocí personas que me decían que eso era ser “codependiente” y “tóxico”, por lo que dudaba mucho de pedirlo explícitamente y, en relaciones anteriores, llegué a prescindir de ello. Esto es porque yo quería una relación “bonita y sana”, aunque no supiera qué era eso, es más, aunque ese modelo de relación no me fuera a satisfacer. ¿De qué me sirve una relación que no me hace feliz? 


Antes de saber cuáles son los focos rojos que me llevarán a dejar una relación, necesito determinar cuál es mi destino. Si el tipo de relación que quiero es una donde estemos de la mano todo el tiempo (como la mía) y la persona con la que salgo me dice que no le gustan las demostraciones de afecto en público, eso sería un foco rojo. No porque la persona sea un villano malvado incapaz de amar, sino porque es muy poco probable que nuestras necesidades sean compatibles. Por otro lado, si yo quiero una relación donde pasemos las festividades juntos, un foco rojo sería que la persona con la que quiero salir me diga que sólo las pasa con su familia. 


Todos estos focos me permiten tomar una decisión, ¿voy a seguir en este camino aunque me lleve a un lugar diferente al que tenía en mente? 


No es culpa de los focos, ni de los villanos


Las páginas que mencioné al principio del artículo (y de las que hablo con un poco de sarcasmo) no son del todo malas. De hecho, sirven muy bien como ejemplos de cosas que podrían ser un foco rojo para ti, siempre y cuando no los tomes como una guía a seguir ciegamente. 


Nunca sigas nada ciegamente. Es más, ni siquiera me creas completa y absolutamente a mí. Revísate, cuestiona y responsabilízate de lo que TÚ crees. 

Dicho eso, cuando leo esas páginas y hago mi lista de cosas que no quiero en mi relación según alguna persona de internet, es muy fácil echarle la culpa y decir “pues yo sí quisiera andar contigo pero eres bien tóxico según mi lista, así que bye”. Si te fijas, no estás asumiendo que es tu decisión, sino que es algo fuera de ti lo que indica qué harás. El problema con eso es que, si no es algo que yo decido, no lo puedo cambiar y muchas veces, esto resulta en encontrarte con que “todos son iguales” y “siempre me pasa lo mismo”. 


Focos rojos populares


Después de algunas publicaciones que seguían esta misma línea, alguien me preguntó en Instagram si la violencia no era un foco rojo SIEMPRE. Cuestionaban si entonces está “bien” que dos personas violentas estén juntas en su compatibilidad. Y pues… sí. Yo no soy nadie para decirle a las personas cómo deben vivir sus relaciones. Ni siquiera a aquellas que se relacionan conmigo. Si estoy con una persona violenta y eso es algo que a mí me hace daño, el que tiene que cambiar soy yo, no la otra persona. 


Además de la violencia, aquí hay algunos otros focos que tienden a generalizarse y que podrían ser una buena guía para empezar. No voy a desarrollarlos porque ya hay un sinfín de páginas en Google que lo hacen muy bien. 

  • Justificas su mal comportamiento 
  • No platica de los problemas
  • Ponen a prueba tus límites
  • Dan por hecho la relación
  • Sólo hablan de lo que les pasa a ellos, nunca de ti
  • Todos sus exes están locos
  • Te tratan con desdén
  • No tienen opinión de nada
  • No hablan de su familia
  • Son muy cercanos a su familia
  • Nunca han tenido una relación de pareja 
  • Son indecisos


Seguramente hay algunos que leíste con alarma diciendo ¡por supuesto que eso es un foco rojo! y algunos otros que te resultará extraño que tengan un lugar en la lista. ¡Eso es muy bueno! Es un excelente lugar para empezar y decidir qué es lo que quieres. 

Sigue los focos verdes 


Es cierto que los focos rojos son importantes para saber que no estás yendo hacia un destino que no es el que quieres. Eso no quiere decir que es lo único que debe tenerte alerta, también es esencial que tengas presentes los focos verdes que te dicen “por ahí sí es”. Sólo recuerda que no es tan sencillo como ver el opuesto de tu foco rojo.

 
Como tip, siéntate a hacer una lista de la relación que quieres, siendo lo más específico que puedas. Incluye el tipo de persona con quien quieres estar y el tipo de persona que tú quieres ser en esa relación. Ya que lo tengas hecho, empieza a desmenuzar los puntos determinando qué señales te dirían que vas por buen camino y cuáles te dicen que no vas a llegar ahí. 

No seré mi propia víctima

Cuando escuchas la palabra “víctima”, ¿qué te viene a la mente? Un estudio muy interesante habla de cómo esta palabra contiene un significado colectivo de pasividad, debilidad y, sobre todo, de inocencia. En algunas ocasiones de conflicto, tendemos a culpar a la otra persona viéndole como villano y eso nos pone en un lugar de víctima impotente, pasiva pero, sobre todo, libre de toda responsabilidad.

Para efectos de este artículo, estaré hablando de situaciones donde no existe amenaza de violencia física, dolo, ni abuso psicológico como luz de gas. En todos esos casos se requiere atención particular y acompañamiento profesional. Si identificas esto en tu relación, puedes ponerte en contacto conmigo para iniciar un proceso terapéutico y atenderlo personalmente.

Como parte de una campaña para promover la ética relacional, esta semana colaboré con Vínculo Colectivo con experiencias personales donde detecto que me hubiera hecho mucho bien tener esa herramienta. Ellas me mandaron una serie de casos con los que yo haría lo mismo, pero me di cuenta que en cinco de ellos el problema era el mismo pero con palabras diferentes: las personas habían caído en un papel de víctima donde se deslindaban de la responsabilidad que les pertenecía en el conflicto.

Te engaño por tu culpa

El primer caso es de un hombre que dice:

Mi deseo sexual es más bajo que el de mi esposa y por esto ella me insulta constantemente, cuestiona mi preferencia, me dice que soy poco hombre y que va a tener que engañarme con alguien más para poder satisfacerse.

Para empezar, me identifico mucho ya que mi deseo sexual es más bajo que el de mis dos parejas. Leo que su esposa reacciona violentamente atacando al esposo, llegando al punto de decirle que tendrá que hacer algo al respecto aunque implique romper un acuerdo. Desmenuzando la situación, hay enojo claro por parte de ella. Considerando que el enojo tiene la función de proteger algo, generalmente atacando, ¿qué es lo que ella está tratando de proteger? Aunque es imposible para mí saberlo sin hablarlo con ella, puedo hacer algunas inferencias como ejercicio didáctico.

OJO: ESTO NO ES ALGO GENERALIZABLE Y SÓLO ES UN EJERCICIO. No vayas a ir con tu vínculo, citando al “psicólogo de internet” diciéndole ¿ves cómo sí eres súper tóxicx?

Ya aclarado eso, puedo libremente pensar que tal vez sienta que el vínculo con su esposo se está deteriorando debido a la falta de deseo sexual. Eso puede generar mucho miedo y es válido necesitar reafirmación de que el vínculo no se está perdiendo. Sin embargo, es posible que ella no tenga ninguna herramienta para comunicar esto. ¡Yo tampoco las tuve en algún momento! Ella podría practicar comunicación no violenta leyendo este artículo.

Por otro lado, no dejemos de lado al esposo, la víctima del ataque. Recordando que responsabilidad y culpa NO son lo mismo, en este caso el esposo está en una posición pasiva. La parte del conflicto que le corresponde es, en primera, que decide permanecer en una relación con alguien que le violenta y amenaza, además de que no hay límites claros.

Es importante que empecemos a dejar de vernos como víctimas de las circunstancias y nos percibamos como agentes vivos, responsables y capaces. Y sí, yo sé que no es fácil, pero tal vez con un poco de ética relacional esto podría suceder.

Soy pobre por tu culpa

El segundo caso está relacionado con una de las razones principales por la que las relaciones terminan: el dinero.

Mi pareja y yo vivimos juntos, él gana el triple que yo y de todos modos me pide que los gastos los llevemos 50 y 50. Cada mes termino con mi cuenta vacía y no me alcanza para comprarme lo que necesito, mientras que a él lo que le sobra se lo gasta en videojuegos o salidas.

Nuevamente, esta persona es víctima de sus circunstancias. Sabe que su economía no es compatible con la de su pareja y es posible que haya resentimiento. Para escapar del lugar de víctima, es importante empoderarse y, para eso, hay que identificar qué áreas son mi responsabilidad para poder hacer algo al respecto.

En este caso, su agencia está en el decidir quedarse en esa relación, a pesar de la incomodidad que genera la diferencia en ingresos económicos. Esta persona da su consentimiento sabiendo que el acuerdo no le es placentero. En este caso, recomendaría utilizar esta herramienta para negociar.

Tengo que hacerlo porque soy mujer

Antes de iniciar con este tercer artículo, quiero atender a algunas personas que tal vez hayan leído el subtítulo y hayan sentido un golpe acompañado del pensamiento ¡eso es absurdo! Para ti que pensaste eso, comparto tu opinión e indignación.

Ya que eso quedó aclarado, algo que sucede con los roles de género es que pueden convertirse en un chivo expiatorio bastante conveniente. Le echo la culpa a que tú eres la mujer y tus responsabilidades son unas o que soy hombre y por eso no hago tal cosa. En este caso, la persona habla de que hace la limpieza por “ser la mujer”. Tal vez el primer impulso sea atacar al esposo por “machista”, pero en este momento el esposo no está y sólo tengo la experiencia de ella. Personalmente, me pregunto qué está pasando con la agencia de esta mujer. Es posible que se sienta obligada porque simplemente “así siempre ha sido” o tal vez tiene amenazas de violencia física, verbal, sexual o emocional.

El tratamiento sugerido de Gotitas de Poliamor es: Tómese tres píldoras de comunicación, una para eliminar las reglas, una para hacer acuerdos y otra para poner límites firmes y amorosos. En caso de que el problema persista, acuda a un psicoterapeuta calificado para obtener ayuda en cuanto a su agencia.

Apropiarme de lo que me toca, evita que sea víctima

El último caso es algo que varios hemos experimentado:

Mi novia acusa a todos mis amigos de intentar ligársela o de que la acosan, buscando que yo me enojé con ello y me aleje.

Aquí me pongo a pensar si la persona sabe que su novia quiere que se enoje y se aleje o solamente lo asume. De cualquier modo, nuevamente vemos que pareciera que ambas personas no tienen opción y son víctimas del entorno.

¿Logras ver el punto común en todos estos casos?

Todas las personas involucradas están siendo sujetos pasivos en la situación. Pareciera que es suficiente con asignar la responsabilidad a algo etéreo como “la obligación”, “los celos” o “las otras personas”, y las personas afectadas no tienen más opción que sufrir lo que les sucede.

Y es que también puede ser muy cómodo entregarle mi agencia a otra persona. Si tú tomas todas las decisiones, lo que salga mal no será mi culpa. Hacer esto puede servirme para no tener que establecer límites firmes, haciéndome responsable de mis deseos y necesidades. Más bien, espero que la otra persona satisfaga mis necesidades así como yo lo requiero, aunque a veces ni yo mismo sé cómo. Ponerse los lentes de la compasión para saber que eso es lo mejor que puedo hacer me permite perdonarme y atenderme; tomar el camino de la ética relacional donde me hago responsable de mi agencia, mi honestidad y mi compasión me llevan hacia donde quiero ir.

Si duele, ahí no es.

Recientemente alguien me compartió este artículo. Lo había visto en otras ocasiones pero me rehusaba a leerlo porque asumí que el título no tenía nada que ver conmigo. Pensé yo conozco todos los focos rojos de una relación abusiva, no necesito leerlos de nuevo porque, si estuvieran presentes, ya me habría dado cuenta. Aún así, lo leí y me encontré con esta frase:

«Por años, viví con casi constante ansiedad, pensando que era normal vivir así porque estaba siendo poli y se suponía que ser poli era difícil. Cuando eres parte de una minoría, buscas una comunidad que te ayude. Mi comunidad era el mainstream poli de autoayuda. Me decía que siguiera intentándolo, que difícil era normal, que poli era un trabajo muy duro, ya sabes, como un empleo. – Inés Rolo

El artículo se llama Estuve en una relación poliamorosa y abusiva durante 7 años… Esto es lo que aprendí. La primera de la cita de arriba resonó tanto con lo que estaba viviendo que me dejó frío. Llevaba meses viviendo ansioso, estresado y en constante conflicto. ¡Pero yo creía que eso era normal! ¿No? Como el experto en poliamor y relaciones no-monógamas, soy una biblioteca andante de teoría y herramientas para resolver este tipo de situaciones. Cada crisis me llevaba a investigar más, aprender más, crecer más. Entonces, ¿qué estaba pasando? Esto es lo que yo he aprendido.

Antes de seguir debo aclarar que no, ninguna de mis relaciones de pareja actuales es con una persona abusiva. Y eso fue lo que no me permitía darme cuenta de el problema real que estaba viviendo, porque mis parejas son personas amorosas, compasivas y éticas.

El problema era yo. El abuso venía de mí, hacia mí.

Del cuento de hadas a la tortura

Toda mi vida he sufrido de ansiedad y cierto grado de paranoia. Para atenderme, he estado en procesos psicoterapéuticos en los que he aprendido a vivir con eso y poder seguir adelante. Tiendo a trabajar hasta estar agotado y a mantener mi calendario lleno de actividades todos los días. Mi pareja me dice bromeando cuando le comento que quiero tomar alguna clase «puedes agendarla en tu tiempo libre, creo que tienes un par de horas entre una y tres de la mañana».

Cuando empecé a explorar el poliamor, lo hice con mi pareja con quien había tenido una relación de más de cinco años. Esa relación estaba basada en la comunicación, el amor, el cuidado, la confianza y la complicidad. Yo siempre decía que no era una relación de cuento de hadas, sino de libro de texto de cómo tener una relación sana y nutritiva. Mucha gente pensaba al ver nuestras redes sociales que no era posible que fuéramos así de felices en la vida real. Pero sí éramos así. Siempre.

El poliamor, debido a lo que requiere, siempre encuentra las pequeñas grietas y las ideas fosilizadas y las expone. Hay que redefinir lo que es una relación afectiva, el compromiso, la intimidad y la fidelidad. Es necesario explorar tus inseguridades y hacer frente a tus más atemorizantes demonios. Pero yo, psicólogo y hombre extraordinario, estaba dispuesto y preparado. Porque cuando decido que voy a hacer algo, lo hago. Cueste lo que cueste.

Ese fue mi primer error. Estar dispuesto a pagar cualquier precio.

Actitudes de abuso

Por supuesto, la transición implicó muchos cambios y mucho esfuerzo de mi pareja y mío. Ambos motivados, confiados y amándonos como cuando nos conocimos, nos lanzamos al ruedo. Yo, siendo el académico y ñoño que siempre he sido, me di a la tarea de leer, conocer e investigar todo lo posible para estar mejor preparados.

Me aseguré de tratar a mi pareja con toda la ética que soy capaz de manejar. Tomé mis creencias rígidas y me forcé a flexibilizarlas. Encontré todo aquello que, desde la teoría, no cabe en el poliamor y lo desterré de mí.

El proceso fue así: encontrar en mi ser algo que yo consideraba generaba conflicto (como los celos), deconstruirlo para encontrar la inseguridad base (miedo al abandono) y buscar la forma de trabajarlo. Al empezar a hacerlo, llegué a un lugar de obscuridad y terror muy profundo. Hubo días en los que lloré de desesperación, diciéndome a mí mismo que es lo que tenía que hacerse – era necesario cruzar el bosque para llegar al claro. Me arrastré mientras escuchaba mi cuerpo rogar que me detuviera. No es una opción, me dije, lo vas a hacer porque se tiene que hacer.

Ser experto no te hace invulnerable

En mi historia he sobrevivido situaciones de abuso y dolor. En mi cabeza, me convencí que cada una de ellas me había hecho el hombre fuerte, resiliente, admirable y capaz que soy hoy. Por lo tanto, para mí era obvio que este era sólo uno más de esos retos. En algún momento eso de mí que no me gustaba iba a morirse para dejar terreno fértil para que algo nuevo surgiera.

Entonces leí esta otra frase en el artículo:

No sabía que el dolor siempre es una advertencia. Nuestros cuerpos y nuestros sentimientos saben qué onda antes que nosotros. Aún si nuestros cerebros nos convencen de otra cosa. Poner atención a lo que siento fue una de las lecciones más grandes que aprendí» – Inés Rolo

Como psicoterapeuta Gestalt, estoy muy consciente de mis emociones y sentimientos. Soy capaz de identificarlos, verlos, abrazarlos y vivirlos. En mi práctica profesional puedo ayudar a otros a ponerse atención y atender sus necesidades. He aprendido que no hay personas tóxicas, sino relaciones tóxicas.Como dice la autora, esos conocimientos me daban un sentido falso de seguridad. Lo imagino como un entrenador en el gimnasio haciendo ejercicio y pensando que no hay forma de que se lastime con algún aparato porque los conoce perfectamente bien.

Cuando me sentía triste, solo, temeroso y abandonado, simplemente me decía a mí mismo que era normal. Todo estaba en mi cabeza y debía simplemente quedarme ahí y vivirlo. Sobrevivirlo. Cuando esté del otro lado, todo estará mejor. Y, ¿sabes qué? Sí pasó. Después de cada crisis, me sentía un poco más fuerte. Mi conclusión fue, entonces, que estaba haciendo lo correcto. Simplemente estaba creciendo.

Mi abusador era yo

Y ahí estuvieron los focos rojos todo el tiempo. Al leer el artículo de Inés, me di cuenta de eso. ¿Por qué no lo vi? ¿Cómo es que un experto como yo no pudo ver los claros signos de una relación abusiva?

Fácil. Porque la persona que ha estado abusando de mí no ha sido mi pareja – he sido yo.

Nunca me perdoné ningún error. Siempre que recaí en algún sentimiento o idea que me parecían inaceptables, me reproché sin piedad. Cuando me encontraba con una situación nueva que sentía era demasiado abrumadora, me forcé a pasar por ella y a vivirla. Cuando mi cuerpo me reclamaba y me gritaba, tensando músculos, subiendo mi presión arterial, cayendo en enfermedades, me decía a mí mismo que simplemente tenía que ser más fuerte. Me aislé de mis círculos sociales porque todo mi tiempo debía estar dedicado a trabajar aquello que me es difícil hacer. Protegí a todos los involucrados para evitar que sintieran incomodidad o dolor, aunque eso implicara sacrificar mi seguridad y mi integridad emocional. ¿Qué más señales de una relación abusiva necesitaba?

Peor aún, utilicé todas esas herramientas para tener una relación sana en mi contra. En lugar de ver mis emociones y ser compasivo conmigo mismo, las escrudiñé hasta agotarme y ya no querer más. Me obligué a deconstruir todo lo deconstruible inmediata y simultáneamente. Sin importar el cansancio y el dolor que eso causaba. ¿Dónde estaba ese discurso de compasión que se me da tan bien cuando hablo de los demás?

Si alguien más me hiciera lo que yo me he hecho en los últimos meses, no hubiera dudado un segundo en defenderme y huir. Si alguien tratara a alguna de mis parejas como me trato yo a mí mismo, me rompería el corazón.

¿Qué se hace con un abusador?

Dejarlo. Es difícil porque un abusador nos hace creer que necesitamos de él para sobrevivir. Al estar impregnado en todas las áreas de nuestra vida, no sólo es dejarlo a él sino modificar todo lo que sabemos y conocemos. A veces parece que es más fácil seguir viviendo el dolor que empezar de nuevo.

No hacerlo solo. Ya que se ha identificado esta situación, es importante rodearte de gente que te nutra, te ame y tenga tu bienestar como prioridad. Te ayudará a tomar energía y sentirte fuerte para escapar en el momento correcto.

¿Ven cómo sí sé cosas? La cosa es, no puedo dejarme a mí mismo ¿o sí?

Si duele, ahí no es

Cuando haces ejercicio, hay un cierto malestar que acompaña el crecimiento de tus músculos. No es cómodo y no siempre es placentero. De hecho, cuando trabajas algo completamente nuevo, al siguiente día no puedes ni moverte. Sin embargo, sabes que lo estás haciendo mal cuando te lastimas.

El dolor y la incomodidad son diferentes. Es difícil explicarlo pero creo que es algo que percibimos y sabemos naturalmente. Si doblas una articulación hacia un ángulo para el cual no está diseñado, sientes un dolor diferente. Si estás haciendo ejercicio y te lastimas un músculo, se siente diferente al dolor de trabajarlo. Mi cuerpo sabe la diferencia. Mi cuerpo me avisa. El que no escucha soy yo.

¿El problema es el poliamor? No. Siempre he abusado de mí mismo. Sólo que ahora lo veo más claro porque las relaciones afectivas son mi área de especialidad.

Afortunadamente sé qué hacer. Sé cómo seguir. Tengo el privilegio de contar con la información, la consciencia y el apoyo de gente increíble que me ayudará.

Si te encuentras en una relación abusiva, con alguien o contigo mismo, ¿sabes dónde buscar ayuda?