No seré mi propia víctima

Cuando escuchas la palabra “víctima”, ¿qué te viene a la mente? Un estudio muy interesante habla de cómo esta palabra contiene un significado colectivo de pasividad, debilidad y, sobre todo, de inocencia. En algunas ocasiones de conflicto, tendemos a culpar a la otra persona viéndole como villano y eso nos pone en un lugar de víctima impotente, pasiva pero, sobre todo, libre de toda responsabilidad.

Para efectos de este artículo, estaré hablando de situaciones donde no existe amenaza de violencia física, dolo, ni abuso psicológico como luz de gas. En todos esos casos se requiere atención particular y acompañamiento profesional. Si identificas esto en tu relación, puedes ponerte en contacto conmigo para iniciar un proceso terapéutico y atenderlo personalmente.

Como parte de una campaña para promover la ética relacional, esta semana colaboré con Vínculo Colectivo con experiencias personales donde detecto que me hubiera hecho mucho bien tener esa herramienta. Ellas me mandaron una serie de casos con los que yo haría lo mismo, pero me di cuenta que en cinco de ellos el problema era el mismo pero con palabras diferentes: las personas habían caído en un papel de víctima donde se deslindaban de la responsabilidad que les pertenecía en el conflicto.

Te engaño por tu culpa

El primer caso es de un hombre que dice:

Mi deseo sexual es más bajo que el de mi esposa y por esto ella me insulta constantemente, cuestiona mi preferencia, me dice que soy poco hombre y que va a tener que engañarme con alguien más para poder satisfacerse.

Para empezar, me identifico mucho ya que mi deseo sexual es más bajo que el de mis dos parejas. Leo que su esposa reacciona violentamente atacando al esposo, llegando al punto de decirle que tendrá que hacer algo al respecto aunque implique romper un acuerdo. Desmenuzando la situación, hay enojo claro por parte de ella. Considerando que el enojo tiene la función de proteger algo, generalmente atacando, ¿qué es lo que ella está tratando de proteger? Aunque es imposible para mí saberlo sin hablarlo con ella, puedo hacer algunas inferencias como ejercicio didáctico.

OJO: ESTO NO ES ALGO GENERALIZABLE Y SÓLO ES UN EJERCICIO. No vayas a ir con tu vínculo, citando al “psicólogo de internet” diciéndole ¿ves cómo sí eres súper tóxicx?

Ya aclarado eso, puedo libremente pensar que tal vez sienta que el vínculo con su esposo se está deteriorando debido a la falta de deseo sexual. Eso puede generar mucho miedo y es válido necesitar reafirmación de que el vínculo no se está perdiendo. Sin embargo, es posible que ella no tenga ninguna herramienta para comunicar esto. ¡Yo tampoco las tuve en algún momento! Ella podría practicar comunicación no violenta leyendo este artículo.

Por otro lado, no dejemos de lado al esposo, la víctima del ataque. Recordando que responsabilidad y culpa NO son lo mismo, en este caso el esposo está en una posición pasiva. La parte del conflicto que le corresponde es, en primera, que decide permanecer en una relación con alguien que le violenta y amenaza, además de que no hay límites claros.

Es importante que empecemos a dejar de vernos como víctimas de las circunstancias y nos percibamos como agentes vivos, responsables y capaces. Y sí, yo sé que no es fácil, pero tal vez con un poco de ética relacional esto podría suceder.

Soy pobre por tu culpa

El segundo caso está relacionado con una de las razones principales por la que las relaciones terminan: el dinero.

Mi pareja y yo vivimos juntos, él gana el triple que yo y de todos modos me pide que los gastos los llevemos 50 y 50. Cada mes termino con mi cuenta vacía y no me alcanza para comprarme lo que necesito, mientras que a él lo que le sobra se lo gasta en videojuegos o salidas.

Nuevamente, esta persona es víctima de sus circunstancias. Sabe que su economía no es compatible con la de su pareja y es posible que haya resentimiento. Para escapar del lugar de víctima, es importante empoderarse y, para eso, hay que identificar qué áreas son mi responsabilidad para poder hacer algo al respecto.

En este caso, su agencia está en el decidir quedarse en esa relación, a pesar de la incomodidad que genera la diferencia en ingresos económicos. Esta persona da su consentimiento sabiendo que el acuerdo no le es placentero. En este caso, recomendaría utilizar esta herramienta para negociar.

Tengo que hacerlo porque soy mujer

Antes de iniciar con este tercer artículo, quiero atender a algunas personas que tal vez hayan leído el subtítulo y hayan sentido un golpe acompañado del pensamiento ¡eso es absurdo! Para ti que pensaste eso, comparto tu opinión e indignación.

Ya que eso quedó aclarado, algo que sucede con los roles de género es que pueden convertirse en un chivo expiatorio bastante conveniente. Le echo la culpa a que tú eres la mujer y tus responsabilidades son unas o que soy hombre y por eso no hago tal cosa. En este caso, la persona habla de que hace la limpieza por “ser la mujer”. Tal vez el primer impulso sea atacar al esposo por “machista”, pero en este momento el esposo no está y sólo tengo la experiencia de ella. Personalmente, me pregunto qué está pasando con la agencia de esta mujer. Es posible que se sienta obligada porque simplemente “así siempre ha sido” o tal vez tiene amenazas de violencia física, verbal, sexual o emocional.

El tratamiento sugerido de Gotitas de Poliamor es: Tómese tres píldoras de comunicación, una para eliminar las reglas, una para hacer acuerdos y otra para poner límites firmes y amorosos. En caso de que el problema persista, acuda a un psicoterapeuta calificado para obtener ayuda en cuanto a su agencia.

Apropiarme de lo que me toca, evita que sea víctima

El último caso es algo que varios hemos experimentado:

Mi novia acusa a todos mis amigos de intentar ligársela o de que la acosan, buscando que yo me enojé con ello y me aleje.

Aquí me pongo a pensar si la persona sabe que su novia quiere que se enoje y se aleje o solamente lo asume. De cualquier modo, nuevamente vemos que pareciera que ambas personas no tienen opción y son víctimas del entorno.

¿Logras ver el punto común en todos estos casos?

Todas las personas involucradas están siendo sujetos pasivos en la situación. Pareciera que es suficiente con asignar la responsabilidad a algo etéreo como “la obligación”, “los celos” o “las otras personas”, y las personas afectadas no tienen más opción que sufrir lo que les sucede.

Y es que también puede ser muy cómodo entregarle mi agencia a otra persona. Si tú tomas todas las decisiones, lo que salga mal no será mi culpa. Hacer esto puede servirme para no tener que establecer límites firmes, haciéndome responsable de mis deseos y necesidades. Más bien, espero que la otra persona satisfaga mis necesidades así como yo lo requiero, aunque a veces ni yo mismo sé cómo. Ponerse los lentes de la compasión para saber que eso es lo mejor que puedo hacer me permite perdonarme y atenderme; tomar el camino de la ética relacional donde me hago responsable de mi agencia, mi honestidad y mi compasión me llevan hacia donde quiero ir.

La vida después de mi ex

Antes de comenzar mi relación poliamorosa, me consideraba monógamo. De hecho, era un monógamo serial aunque utilizaba el concepto como una broma sin saber que realmente es algo que existe. Desde mis dieciocho años estuve en relaciones de dos años o más, una tras otra, con periodos de algunos meses en medio (en los cuales estaba saliendo con gente hasta encontrar a mi siguiente novio). En esos periodos de “soltería”, experimenté salir con mucha gente, estar solo, enfocarme en mis amigos y hasta practicar nuevas habilidades.

Aún así, siempre arrastraba cosas de mis relaciones pasadas y me llegaron a hacer ruido cuando empezaba una nueva. Ahora que no tengo que dejar una relación actual para empezar otra, tengo una perspectiva diferente.

Más larga no es más exitosa

Uno de los mitos del amor romántico es que tenemos que estar con nuestra pareja “hasta que la muerte nos separe”. El problema aquí es que la única forma en que tu relación monógama sea exitosa es que alguno de los involucrados se muera. Cualquier otra alternativa asume un fracaso inmediato: separarse, divorciarse, abrir la relación o tomarse un tiempo. No importa qué tan hermosa, nutritiva, amorosa y maravillosa haya sido a relación, si se separan y siguen vivos, los comentarios son qué lástima que no haya funcionado.

Esto también implica que puedes estar en una relación tormentosa con alguien que tenga una forma de amar completamente incompatible contigo y recibir aprobación social porque “no se dieron por vencidos”. Eso está algo jodido, ¿no? En algún momento uno de mis exes me dijo que yo había “estado con él dos años más de lo que debí aguantar” (duramos dos años y medio), y tenía toda la razón. Desde que nos conocimos éramos fundamentalmente incompatibles: nuestras formas de expresar y recibir amor eran opuestas y conflictivas, nuestras metas no se encontraban y sexualmente nos gustaban cosas diferentes. Pero yo seguí insistiendo que debíamos seguir intentándolo porque “era amor de verdad”.

Hoy me detengo un poco a preguntarme qué hace mi relación exitosa. Qué cosas me hacen feliz día a día y cómo me ayuda a crecer en el gozo. Además, es importante revisar con qué lentes estoy viendo mi relación.

A veces, puedo pasar un día maravilloso en un parque de diversiones pero si me caigo antes de salir para regresar a casa y me lastimo, voy a recordar ese día como “el día que me lastimé” borrando todo lo divertido.

Todos hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían

Dependiendo de cómo termina la relación, es posible que nos quedemos con un mal sabor de boca debido a la culpa, al enojo, el resentimiento o la decepción que vienen con perder algo que era importante para nosotros. Y ese punto de vista reescribe la historia y de pronto ya “nos damos cuenta” de todo lo malo que no habíamos visto antes. Ay, qué tonto, si siempre fue horrendo y nunca lo supe. Pues, ¿qué crees? Igual y en ese momento no era horrendo.

Es como cuando te comes una hamburguesa así súper grasosa con queso, mucha salsa y chiles. La disfrutas muchísimo mientras la comes y después la maldices mientras te retuerces por la gastritis.

Tu “yo” de ese momento no sabía lo que sabes hoy. Siendo psicoterapeuta y especializándomelos en herramientas de comunicación y resolución de conflictos en pareja, me pasa que volteo a ver mi pasado y pienso qué tonto, ¿por qué hice tanto drama por eso que es tan insignificante?. Sólo que eso no era insignificante para mi “yo” pasado, de hecho mi “yo” pasado lo necesitaba y consideraba esencial para su bienestar. Y ESTÁ BIEN.

El Jaime de 18 años no se sentía suficiente, se sentía feo y creía que nadie podría amarlo como él necesitaba. Ese Jaime pensaba que era dramático, exagerado y codependiente. La única forma que tenía de poder obtener lo que necesitaba era estableciendo reglas restrictivas y siendo inflexible. En ese tiempo, yo no tenía las herramientas que tengo ahora y estaba haciendo lo mejor que podía. Mis parejas en su momento también. Ese hombre que me castigaba ignorándome no tenía otra forma de pedirme espacio, el que me presentaba como su primo no podía aceptarse a sí mismo ante su familia y el que me engañó para quedarse con el departamento sucumbió a su terror de no tener dónde vivir.

Entender lo que hice o hicieron no es para justificarlo, es sólo para validar mi experiencia y la del otro de forma que pueda verlo más compasivamente y hacer las paces con nuestro pasado.

Empezando de nuevo pero no desde cero

La idea de “borrón y cuenta nueva” no me parece útil. Personalmente, ahora utilizo todo eso “desagradable” que sucedió antes para poder conocerme más. ¿Qué límites fueron cruzados y que ahora quiero proteger? ¿Qué acuerdos me hicieron daño y ahora necesito renegociar? ¿Qué reglas nos restringían y qué había detrás?

Cuando dejo de ver a mi ex como el villano y a mí como la víctima, soy capaz de ver mi “relación fallida” como lo que es: una relación entre dos seres humanos que se hicieron lo que pudieron.

Tips prácticos:

Conoce tus lenguajes del amor (haz el quiz aquí).

Estos no son un horóscopo ni un manual que te exhibe de responsabilidad de pedir lo que necesitas. Sin embargo, sí puede ayudarte a identificar y poner en palabras eso que necesitas.

Practica tus lenguajes del amor en ti mismo.

Ya que sabes cuáles de los cinco son los que mejor recibes, inténtalos contigo mismo y descubre cómo te sientes mejor. Esto es útil también para poder comunicárselo a una futura pareja. Es mucho más efectivo decirle a tu pareja las palabras de afirmación me ayudan a sentirme amado y especial que quiero que me hagas sentir que me amas.

Reaprópiate de tus hábitos

Cuando terminamos una relación, hay hábitos que se interrumpen de golpe. A veces extrañamos más eso que a la persona en sí. Por ejemplo, los mensajitos de buenos días, la compañía constante o la sensación de complicidad ante ciertas cosas. Desmenuza las necesidades que cubren esas acciones y explora alternativas que podrían empezar a darte algo similar.

Para hacer esto, primero piensa momentos agradables de tu relación y escríbelos, describiendo cómo te sentías físicamente en ese momento. Ubica las cosas observables que sucedieron (me dio una rosa es observable, me demostró amor es interpretación). Replica esas acciones con otras personas o pídele a alguien que lo haga para ti.

No, no es “patético” pedir lo que necesitas. Empieza a decirte a ti mismo que mereces pedir lo que quieres.

Con todo esto puedes ser más intencional al empezar una relación nueva. No es que te “pase”, puedes ir construyendo la relación que necesitas y quieres.

“No” es confianza, no un rechazo. Aprendiendo a dar y recibirlo.

TL;DR – Al final del artículo puedes encontrar instrucciones para hacer un ejercicio práctico con este tema.

Cuando era adolescente, mi padre tenía el proyecto personal de hacerme un hombre de negocios cuando creciera. Me compró un set de cassettes (ya tengo algunos años) que enseñaban la estrategia perfecta para siempre recibir un sí. Algunas de las cosas que recuerdo son:

• Haz una oferta o petición firme y quédate callado. A partir de ahí, el primero en hablar pierde.

• No muestres tus cartas prematuramente. La otra persona no debe saber lo que realmente quieres.

Ofrece menos de lo que realmente estás dispuesto a dar.

Nunca recibas un “no” como respuesta.

Finalmente como comerciante, mi padre estaba acostumbrado a eso y le iba bastante bien. Tenía una forma muy particular de poder convencer a las otras personas de que querían o necesitaban cosas que él quería darles. Durante varios años, intenté llevar a cabo esas estrategias pero había algo en mí que no se sentía cómodo haciéndolo. Me parecía absurdo tener que mentir cuando estaba hablando de algo que quería.

En mi última entrevista de trabajo en un colegio, llegó el momento que más aborrezco: la negociación de sueldo. Mi ahora jefa me preguntó cuánto quería ganar, como es costumbre y yo le contesté no sé, preferiría que me dijeras cuánto me puedes pagar. Ella me regresó la responsabilidad y le dije ok, quiero ganar 50,000 pesos al mes. Sorprendida, se rió y me dijo que era demasiado, a lo que contesté entonces sí sabes cuál es tu límite máximo, ésa es la cantidad que quiero conocer. No me interesa negociar y buscarle a ver quién puede más o menos, yo te puedo decir que lo mínimo que puedo aceptar para este trabajo es esta cantidad, pero conoces mi trabajo y no considero que valga pagarme lo mínimo aceptable.

Las relaciones románticas no son negocios

Al menos no en el sentido que los conocemos. Las relaciones éticas implican que podamos ser vulnerables ante la otra persona y eso incluye dejar de buscar ganar. Frecuentemente se establecen reglas rígidas que deben cumplirse y, cuando se rompen, alguno de los involucrados tiene derecho a reclamo, venganza o castigo.

De una forma bastante literal, las reglas nos llevan a un lugar moralmente superior donde podemos tratar a la otra persona con desdén en caso de que las rompa (y este es el jinete del Apocalipsis más peligroso en una relación).

Al negociar desde un lugar horizontal no jerárquico (donde ni tú ni yo somos moralmente superiores), me veo en la necesidad de considerar un “no” como respuesta. Esto me lleva a conocer mis límites y ser firme con ellos (NO son reglas, lee qué son aquí), además de poner mis cartas sobre la mesa para poder llegar a acuerdos. Esto va directamente en contra de las reglas de un buen negociador que aprendí cuando era adolescente.

Siempre recibe un “no”

Si llegas a una negociación en tu relación con la idea de ganar, necesariamente vas a perder. ¿Por qué? Después de la plática, vas a seguir interactuando con esta otra persona y su relación va a cambiar de acuerdo a los resultados.

Si tu pareja pierde, TÚ PIERDES.

Una relación ética necesita compasión, donde el bienestar de todas las personas involucradas es esencial. Puede que obtengas la satisfacción de creer o sentir que tienes la razón y eso tal vez alimente tu ego de una forma placentera. ¿Qué pasa con tu pareja? Si tu pareja se siente invalidado, derrotado, fracasado o devaluado, tu relación va a sufrir y vas a perder lo que estás tratando de obtener: una relación amorosa donde te sientas bien.

¿Cómo recibo un “no”?

Ahora, no es tan fácil como suena. Generalmente recibimos un “no” como una invalidación de quienes somos, no de lo que hacemos. Por ejemplo, si le ofreces un pastel que tú horneaste a alguien y lo rechaza, es probable que te sientas rechazado. Pareciera que el “no” es una fuerza absoluta que nos niega, sobre todo cuando consideramos que nuestro valor está puesto en eso que hacemos o decimos.

Para poder recibir un “no” de otra forma, primero hay que considerar que la otra persona es un ser humano independiente. Después, saber que es completamente válido sentirnos rechazados y que podemos atender esa sensación con la otra persona. Finalmente, ponernos los lentes de la compasión para asumir buena intención y validar a la otra persona.

Ejemplo:

A: Te traigo muchas ganas hoy, mi amor. Quiero hacer el amor contigo.

B: No tengo ganas hoy.

A: Gracias por confiar en que puedo recibir tu “no”. En este momento me siento rechazado y me da miedo que no te sientas atraído por mí. ¿Podemos hacer algo más que me ayude a no sentirme así?

“No” como un regalo

Siendo que el “no” es una palabra tan fuerte que puede llevarnos a lugares tan vulnerables (tanto al decirlo como al recibirlo), podemos resignificar esta palabra como una señal de confianza. Poder decir “no” es una muy buena señal de comunicación y salud en una relación de pareja. Implica que las personas se sienten con confianza para cuidarse y saben que la relación puede aguantar una negativa.

Un “no” puede ser un regalo así:

-No como un nuevo camino

Decir “no” no tiene que cerrar la conversación. Al contrario, puede ser una oportunidad para explorar algo nuevo. Si recibo ese no como una puerta cerrada que me permite explorar otras nuevas, me será posible conocer alternativas que tal vez no había considerado.

-No como un regalo

Como mencioné anteriormente, decir no también es una muestra de confianza. Una forma muy hermosa de aprender a recibir “no” es contestando gracias por confiar en que puedo recibir tu “no”.

-No como un reconocimiento

Decir “no” también implica que estamos reconociendo y respetando nuestros límites. Para dejarle saber a la otra persona que apreciamos eso podemos responder con un gracias por cuidarte. Esto es útil sobre todo con personas que tienden a ser muy complacientes y ponen el bienestar de otros antes que el propio. Cuando dicen “no”, es realmente un gran esfuerzo y es de admirar que puedan cuidarse.

Ejercicio práctico

No sé cómo haya sido tu experiencia pero a mí no me enseñaron a decir ni a recibir un “no”. Por eso, lo practico con mis parejas en situaciones poco amenazantes para que sea más fácil en temas fuertes. El ejercicio es así:

Siéntense frente a frente. A mí me sirve tomar de la mano a mi pareja pero eso depende de lo que ustedes prefieran. Pongan un temporizador para tomar turnos y elijan quién será A y quién B.

Advertencia: NO hagan peticiones emocionalmente cargadas o significativas. Eviten cosas como “quiero que me digas que me amas” o “quiero que tengamos sexo”, especialmente en el turno de “no”.

Turno 1: A pide – B contesta sí y una pregunta de seguimiento

Durante tres minutos, A le pedirá a B cosas pequeñas e insignificantes (dejo una lista de peticiones al final). B contestará que sí y hará una pregunta de seguimiento como “¿cómo quieres que lo haga?”

Turno 2: A pide – B contesta no – A contesta “gracias por decirme que no” o “gracias por confiar en que puedo recibir tu no”

Al terminar el tiempo, continúa el turno de A pero en esta ocasión, B le dirá que no a todo. Importante: A debe contestar con “gracias por decirme que no” o “gracias por confiar en que puedo recibir tu ‘no’”.

Turno 3: B pide – A contesta no – B contesta “gracias por decirme que no” o “gracias por confiar en que puedo recibir tu no”

Terminando el turno de A, sigue B. En este tercer momento, A responderá siempre “no” y B contestará como mencioné anteriormente.

Turno 4: B pide – A contesta sí y una pregunta de seguimiento

El último turno es B haciendo peticiones y A respondiendo “sí” más la pregunta de seguimiento.

Al terminar el ejercicio, tómense unos minutos para reconectar con un abrazo, apapachos, caricias y palabras de afirmación.

Lista de peticiones sugeridas:

  • Quiero que gires tu cabeza a la izquierda/derecha
  • Quiero que me pases mi vaso con agua
  • Quiero que pongas tu teléfono en tu otra bolsa
  • Quiero que me digas hola
  • Quiero que levantes una mano

Amar es una decisión, no un accidente.

Mi primera relación romántica estuvo llena de sufrimiento, dolor y malos entendidos. A mis 19 años mi madre me dijo, «si no puedes dejarlo no lo dejes, eventualmente el dolor será tanto que no tendrás opción«.

Nos conocimos en uno de los primeros antros gay a los que fui. Estaba yo con un amigo y tenía la firme intención de conocer al «amor de mi vida» para empezar mi primera relación fuera del clóset, llena de momentos clichés románticos. Vi a un hombre que me pareció muy guapo y, para mi sorpresa, me sonrió. Cuando le dije a mi amigo lo que estaba sucediendo, él me vio a los ojos y me dijo «no, él no».

Por supuesto, no le hice caso. Si no, no habría historia qué contar.

Las primeras citas fueron muy bonitas y románticas. Ambos estábamos haciendo lo mejor para ser lo más alejados de lo que realmente éramos para sorprendernos mutuamente. Yo hacía como que no necesitaba mucho apapacho y él actuaba como que era muy amoroso. Para cuando nos dimos cuenta de que nuestros lenguajes de amor, nuestros círculos sociales, nuestros intereses y nuestros proyectos a futuro eran absolutamente incompatibles, ya era demasiado tarde. Ya éramos novios.

Amar es una decisión

Un amigo muy querido me compartió hace un tiempo su definición de amor. Él dice que ama a su esposo porque así lo decide, no porque sea el destino o porque se hayan enamorado. Ese día, mi mente explotó un poco. Se nos enseña que nuestra vida amorosa es muy sencilla: conoces a alguien, te gusta, te enamoras y ya, no hay necesidad de que tú hagas nada puesto que todo se ha decidido por ti.

En la historia que te conté al principio, yo asumí que nos enamoramos porque simplemente así es la vida. No es que no me haya dado cuenta de qué tan incompatibles éramos sino que pensé que eso no era importante si era amor de verdad. Cuando por fin pude terminar con él (en una escena dramática en una madrugada nublada), pasé años hablando de él como la persona más «tóxica» que había conocido, juzgando todo lo que había hecho «para hacerme daño» y cómo yo era un «imbécil» por haber dejado que me tratara así.

Yo era de esos que le echaba la culpa a Cupido por haberme enamorado de «ese infame» o «esa persona tóxica» siendo que yo soy tan amoroso y fiel. El problema de esto es que me quita toda responsabilidad y capacidad de agencia. Las princesas son rescatadas y los príncipes son cautivados, nosotros somos los héroes de nuestra propia historia y todo aquello que salga «mal» es responsabilidad de los dioses del amor que juegan con nuestro corazón.

No soy yo, es Cupido

Probablemente conoces cómo se siente la energía de nueva relación (ENR). Hay quienes dicen que el enamoramiento es una situación universal y que «no hay ninguna cultura que no lo experimente». Yo siempre tomo este tipo de generalizaciones con algo de cautela ya que me es difícil pensar en absolutos. Por otro lado, tampoco me parece relevante. Lo importante para este artículo es como tú y yo experimentamos esta sensación. Para mí, es un calor en el pecho, en las mejillas, pensamientos constantes en la otra persona y un alivio placentero cuando tenemos cualquier tipo de contacto. Pero eso es ya cuando estoy bastante metido en el enamoramiento.

Y es que fisiológicamente sí hay químicos en nuestro cerebro que se ponen intensos cuando conocemos a alguien con quien hacemos click, así como también nos dan ganas de dar el tarjetazo cuando vemos ese artículo que nos encanta o queremos comernos la pizza completa. Esa parte animal está ahí y es muy real.

Sólo que como seres humanos, no somos esclavos de nuestros instintos.

Cuando conocí a este hombre de la historia de hoy, me sentí inmediatamente atraído. ¿Por qué? Puede ser por mi historia, por mi contexto, por mis carencias, por mis habilidades, por los astros, por Cupido o porque simplemente era un hombre atractivo. Yo decidí seguir conociéndolo. Cuando tuvimos las primeras discusiones, cuando empezaron las situaciones donde yo me sentía denigrado y rechazado, yo decidí seguir en esa relación. Cuando me quedé solo en la calle esperándolo porque había ido a ver a su jefa sin saber que tenía una hora que se había ido a su casa, yo decidí seguir viéndolo.

Yo digo hasta dónde

Hay varios mitos del amor romántico que nos dicen que debemos seguir en una relación, escalando cada vez más. Entre los más evidentes está «el amor es escaso». En este artículo puedes leer más a detalle cómo vivimos este mito pero una de las ideas que más me resuena es que cuando elijo algo porque creo que no tengo opción, no estoy eligiendo realmente.

Como yo pensaba que enamorarme era una condena ante la cual yo era completamente impotente, sufrí nuestras incompatibilidades y me forcé a cambiar elementos muy importantes para mí. Por otro lado, constantemente insistía en que él cambiara cosas que «evidentemente estaban mal», ¿cómo iba a estar bien irse con alguien a Honduras después de que le declaró amor eterno, sabiendo que éramos monógamos?, me preguntaba.

¿Qué pasa cuando me vuelvo responsable de mis decisiones y tomo acción al respecto?

Ahora cuando conozco a alguien que me gusta, estoy consciente de mis reacciones fisiológicas y emocionales. Amo disfrutarlas y sentir esa emoción tan rica que es propia del flechazo de cupido. También decido si quiero seguir sintiendo eso o no dependiendo de qué es lo que quiero.

Aunque suena intimidante, elegir mis relaciones y elegir enamorarme me empodera para saber si es lo que quiero para mí en mi vida.

La escalera eléctrica de las relaciones en la monogamia tradicional funciona así: te subes al primer escalón y la relación comienza a avanzar, quieras o no. Si te quedas mucho tiempo en un nivel (como ser novios sin vivir juntos), la gente empieza a preguntarte si todo está bien. Si no te mueves, se asume que tu escalera eléctrica está rota y hay que arreglarla o buscar otra que sí sirva.

En las relaciones éticas, monógamas y no monógamas, la escalera no es eléctrica y no está rota. Los involucrados pueden subir de escalón, bajar o quedarse en el que más les acomode el tiempo que quieran. Mediante la comunicación asertiva, la empatía y siguiendo los cuatro pilares de una relación ética (con la compasión por delante), la relación puede mantenerse viviendo separados, amándose profundamente toda su vida. También pueden decidir dejar de vivir juntos y seguir con su relación. Y pueden decidir que son «novios», «pareja», «vínculos», «langostas» o lo que quieran, siempre y cuando todos los involucrados lleguen a un significado común.

No hay una forma correcta de tener una relación romántica ya que todos somos diferentes. Lo que necesito contigo es diferente a lo que necesito con otra persona. Lo que necesito hoy probablemente sea diferente a lo que necesite en un año. La flexibilidad desde la compasión y la comunicación es clave.

Las relaciones no «pasan»

Al cambiar este punto de vista, me doy cuenta de que las cosas no me «pasan». Yo decido y elijo, independientemente de lo que el entorno me diga. No me enamoré de mi pareja «de pronto», construimos una relación poco a poco con mensajitos, apapachos, regalitos, palabras bonitas, besos, caricias, sexo, complicidad y tantas otras cosas que requieren que yo sea un agente activo en la situación. Estoy consciente de que mis sentimientos van creciendo poco a poco (a veces, no tan poco a poco) y veo los detalles que funcionan como leña que va avivando el fuego del enamoramiento.

También soy capaz de detenerme, ir más lento, retroceder o retirarme por completo dependiendo de lo que yo necesite (siempre informando al otro para mantenernos éticos). Es cierto que hay personas que disfrutan con dejarse llevar y eso es completamente válido, siempre y cuando se hagan responsables de esa decisión y no estén culpando al mundo por forzarlos a hacer cosas que no quieren.

Compasión – Abrazando nuestro dolor

Cuando muchos empezamos nuestro camino hacia relaciones más funcionales, dejando atrás la ilusión del amor Disney, nos encontramos con el término «responsabilidad afectiva». Esto implica que yo soy responsable de lo que me pasa y nadie puede hacerme sentir algo que yo no quiera. Suena bonito cuando piensas en quitarte cargas como el tú me hiciste sentir mal y poder decirle a la persona que necesita hacerse cargo de lo que le toca.

Desafortunadamente, esto puede rápidamente convertirse en un arma. Últimamente, estamos tan obsesionados con deslindarnos del amor «tóxico» que terminamos en interacciones muy crueles. Es cierto que yo no puedo hacerte sentir mal, pero también es cierto que la experiencia sucede entre ambos y yo estoy involucrado. Al menos, si estoy con alguien que me ama, esperaría que le importara mi bienestar.

Asume buena intención

En mi artículo de los cuatro pilares de las relaciones éticas, menciono que la compasión es esencial para asegurarte de que no estás incurriendo en violencia sutil; en otras palabras, que no te estés pasando de cabrón.

La compasión en este contexto es asumir buena intención del otro y que está haciendo lo mejor que puede con lo que tiene.

Algunos crecemos en ambientes que nos enseñan que para expresar amor hay que mentir, esconder cosas, manipular y hasta ser violentos. Conozco muchos hombres heterosexuales cisgénero que sólo pueden abrazar a otro hombre golpeándolo (no palmaditas, realmente golpeándolo) en la espalda. El contacto y la intimidad son muy amenazantes y necesitan ser acompañados de algún gesto que mantenga su virilidad intacta. He visto grupos de amigos unidos por el gusto por criticar a otras personas, donde la forma de establecer conexión es haciendo menos al otro para poder permanecer en un nivel seguro.

Y es que si nunca te enseñaron que había otra forma de amar, ni siquiera vas a tener la oportunidad de cuestionar si lo que estás haciendo te es agradable o no.

Un elemento que ha cambiado mi vida radicalmente es asumir que mi pareja tiene la intención de expresar amor y conservar nuestra relación cuando hace lo que hace. Hasta cuando decide cerrarse y alejarse, enojado por algo que le disgustó y se rehusa a hablar del tema. O cuando rompe un acuerdo que tenía conmigo acerca de algo importante. Asumo que en ninguna de esas ocasiones mi pareja pensó voy a hacer esto para joder a Jaime y que sienta dolor. En este artículo puedes ver ejemplos más claros de cómo estas acciones tienen una necesidad y un deseo amoroso detrás, por más difícil que parezca creerlo.

¿Entonces le perdono todo y ya?

Aguas. La compasión es para comprender, no para justificar. Veamos un ejemplo menos amenazante:

Yo nunca como huevo. NUNCA. Me da mucho asco en todas las formas posibles. Un problema enorme que tengo es que para los desayunos todo es «huevo con», «huevo en» o, de plano, nomás le echan un huevo porque sí.

Hace unos años fui a comer a un mercado y pedí un rico y delicioso arrocito como segundo tiempo. Al llegar el plato, me doy cuenta de que tenía un huevo frito encima. Le mencioné a la señorita que yo no lo había pedido con huevo y ella, con una gran sonrisa, me dijo no se apure, joven, es cortesía de la casa. Entonces, con toda la pena del mundo le dije que se lo agradecía y que yo no como huevo. Lo que hizo después fue llevarse el plato, quitarle el huevo y regresarme el arroz.

Obviamente, el arroz tenía pedacitos de huevo y, seguramente, también sabía a huevo.

¿A dónde va todo esto (aparte de horrorizarte con la idea de que yo no como huevo)? Ella no pensó voy a ponerle un huevo al arroz para joder su día. La verdad, nunca sabré qué pensó, pero elijo asumir que lo hizo como un gesto de amabilidad. ¿Significa eso que tenía que violar mis límites y comer el arroz con todo el asco que me da? No.

El entender que la intención del otro no es hacerme daño no implica aceptar su comportamiento. Trasladando ese ejemplo a una relación de pareja, si la forma en que mi pareja expresa amor no es agradable para mí, puedo pedir exactamente lo que necesito. Si no puede dármelo o me lo da con pedacitos de huevo, puedo elegir no recibirlo.

La compasión mal entendida

El Dalai Lama define la compasión como «una emoción que es el sentido de sufrimiento compartido, frecuentemente combinado con un deseo de aliviar el sufrimiento de otro o mostrar amabilidad especial a aquellos que sufren». Para entender esta definición hay que saber que el sufrimiento y el dolor NO son lo mismo.

El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.

El sufrimiento es eso que nos sucede cuando no aceptamos el dolor que nos pasa. Como cuando te están carcomiendo los celos y en lugar de sentarte a platicar con ellos (aprende cómo aquí), te la pasas diciéndote que no debes sentirte así y que es absurdo porque tu pareja te ama, mientras tu estómago sigue revuelto. Entonces la compasión es poder entender que el otro está pasando por dolor que le es difícil procesar o aceptar y poder acompañarlo en eso. La compasión NO ES QUITARLE EL DOLOR AL OTRO sino poder acompañarlo en él.

La compasión TAMPOCO es perdón. Puedes ser empático y entender que tu pareja no tiene la intención de hacerte daño y, al mismo tiempo, validar tu propio dolor y responsabilizar al otro de lo que le toca. Una respuesta compasiva es:

Entiendo que llegaste tarde por una razón válida y que no era tu intención lastimarme. Yo me siento triste porque siento que mi tiempo no fue tomado en cuenta. ¿Podemos platicar acerca de cómo ayudarme a sentirme importante y llegar a un acuerdo para atender esto de una forma diferente la próxima vez?

La compasión NO es sentir lástima porque el otro no tiene herramientas, sino reconocerlo tal y como es. No es decirle ay, pobrecito, no puedes comunicar tus necesidades porque te da miedo, sino entiendo que te es difícil, ¿qué podemos hacer para trabajar hacia eso?. Tampoco es dar pases libres para que los demás eviten hacer el trabajo que necesitan.

La compasión empieza contigo

En una relación, la compasión no implica darle permiso al otro para que te haga daño. La idea es dejar de ver al otro como «bueno» o «malo» y entender que es un ser humano con historia, con dificultades y virtudes. Con esto se abre la comunicación a encontrar nuevas formas de relacionarse. Pero, para eso, primero debes ser compasivo contigo mismo.

Piénsalo como el clásico ejemplo del avión. Antes de ayudar a otros con la mascarilla, debes asegurarte de tenerla bien puesta tú. Sé compasivo contigo mismo, sabiendo que haces lo mejor que puedes con lo que tienes. Si te equivocas, es lo mejor que podías hacer y ahora puedes buscar una forma diferente de hacer algo.

¿Cómo se ve la compasión?

Saber que no todo es acerca de ti. Lo que le pasa al otro tiene más que ver con él, con su historia y con sus aprendizajes que contigo. Ve a la otra persona como lo que es, no lo que te gustaría que fuera. La realidad es que, por más que se gusten y se amen, es posible que no pueda darte lo que necesites. En ese caso, la decisión es flexibilizar tus expectativas o tomar una decisión acerca de la relación. Sabiendo esto, ¿cómo puedes acompañar al otro en su proceso? y, aún más importante, ¿quieres acompañarlo? Recuerda que uno de los cuatro pilares de una relación ética también es el consentimiento, que puede ser retirado en cualquier momento.

Compasión también es confiar. Confiar en que la otra persona es capaz de crecer y aprender, poniendo acuerdos que pueden ser renegociados mientras mantienes límites firmes y amorosos.

¿Por qué es difícil?

Por alguna razón, asumimos que nosotros somos los protagonistas, personajes tridimensionales con un arco desarrollado, y que todos los demás son personajes secundarios o terciarios que dependen de nuestro desempeño. Los demás no están en un estado neutral esperando nuestro estímulo para reaccionar de acuerdo a lo que queremos. ¡Ellos también tienen su historia! Nuestra sociedad ahora nos lleva a enfocarnos en lo que nos hace diferentes y nos aleja de lo que nos une en similitud. Valoramos la competencia sobre la cooperación y pareciera que siempre estamos peleando por ser el número uno. Vemos a las personas como buenas o malas, no como seres complejos con decisiones y cambios constantes.

La compasión es difícil porque no nos enseñan a acompañar al otro validando su experiencia.

Empatía es acompañar, no resolver.

Cuando alguien se acerca a ti para decirte que se siente mal, ¿le dices lo que sientes no es válido, te pasa porque eres débil y no eres como deberías ser? ¿No? ¿Estás seguro?

Tal vez te ha sucedido que alguien te cuenta que se sientes triste, frustrado, enojado o fastidiado y tú tienes toda la disposición a ayudar. A pesar de que te muestras interesado y haces un esfuerzo por mejorar las cosas, después de la plática pareciera que hasta se sienten peor. Igual y la persona se pone defensiva y terminas como el villano de la película. ¿Sabes por qué sucede?

Tus sentimientos no son válidos

Comencemos con un ejemplo de la vida real:

A: Te veo triste, ¿está todo bien?

B: Sí estoy triste. Ayer le pedí a mi pareja que viera una película que me encanta y se quedó dormido.

A: Ah, ¡no te preocupes! Eso no quiere decir que no le importes. Seguro estaba cansado. Además, hay muchas cosas por las cuales estar feliz, ¡ya quita esa cara! Malo que te hubiera sido infiel o algo así. En ese caso sí tendrías razón de estar triste. Hay gente que la pasa peor que tú así que mejor sé agradecido con lo que sí tienes.

Esa respuesta es un ejemplo muy común de lo que se entiende popularmente por ser «empático» y «apoyar» a un amigo que se siente mal.

Si lo vemos con algo de detalle, el mensaje real es este:

Lo que dices: Ah, ¡no te preocupes!

Contiene el mensaje: Deja de sentirte así

Lo que dices: Eso no quiere decir que no le importes

Contiene el mensaje: lo que sientes no es válido ya que hay otras formas de interpretarlo.

Lo que dices: Seguro estaba cansado

Contiene el mensaje: no eres capaz de ver lo evidente.

Lo que dices: Además, hay muchas cosas por las cuales estar feliz

Contiene el mensaje: nuevamente, tu sentimiento no es válido

Lo que dices: ¡ya quita esa cara!

Contiene el mensaje: deja de sentirte así y cambia tu expresión

Lo que dices: Malo que te hubiera sido infiel o algo así. En ese caso sí tendrías razón de estar triste

Contiene el mensaje: debido a que hay cosas peores, lo que sientes está fuera de proporción y, por tercera vez, no es válido

Lo que dices: Hay gente que la pasa peor que tú, así que mejor sé agradecido con lo que sí tienes

Contiene el mensaje: no sólo es inválido sino, además, debes sentirte avergonzado por ser malagradecido.

Cuando nos encontramos con alguien en una situación dolorosa o de sufrimiento, lo primero que queremos hacer es sacarlo de ahí. Inmediatamente le ofrecemos alternativas y soluciones para que deje de sentirse como se siente. Por supuesto, esto es un gesto amoroso y viene de un lugar muy compasivo.

Al tratar de arreglar una situación demasiado rápido, no estamos validando lo que la otra persona siente y, sin ninguna intención malévola, le estamos diciendo que su percepción está mal y debe cambiar.

¿Por qué sucede?

La intención superficial sí es ayudar al otro. Sin embargo, esto surge de una necesidad de estar bien uno mismo. Queremos que el otro esté mejor porque no nos enseñan a acompañar a otra persona en su malestar. Nos urge que se sienta mejor para que no nos sintamos incómodos, inadecuados o, simplemente, porque nosotros mismos queremos huir de lo que nos reflejan esas sensaciones desagradables.

La consecuencia es que demeritamos las acciones que hace al otro dándole respuestas que seguramente esa persona ya había considerado, invalidamos sus sentimientos para que los abandone o nos volvemos condescendientes diciéndole que hay otras formas de manejar lo que le está sucediendo.

La realidad es que nadie puede saber cuál sería la mejor forma de lidiar con lo que está pasando más que la persona que lo está experimentando

A veces, la persona que recibe estos comentarios puede responder de manera defensiva y tú te quedas pensando Uy, ¿y para eso te ayudo?

¿Cómo puedo acompañar a la otra persona?

Si realmente quieres ser empático y apoyar a alguien que te está compartiendo su malestar, hay que aprender a quedarnos con ella. Es necesario poder acompañar sin querer cambiar lo que está sucediendo.

Como todas las herramientas de comunicación que no nos enseñaron de chiquitos, requiere práctica y puede sentirse forzado al principio. Si lo haces lo suficiente, te aseguro que se volverá algo natural y mejorará tus relaciones románticas, laborales y amistosas.

Para responder con empatía:

  • Describe la situación que te platicó la otra persona de la forma más objetiva que puedas. Esto es sin incluir emociones, juicios ni alternativas.

Tip: Puedes empezar diciendo Escucho que…, Me dijiste que…, Entiendo que te sucedió…

  • Describe cómo se siente la otra persona según lo que te ha dicho. Evita interpretaciones y juicios. Si no estás seguro o la persona no dijo exactamente cómo se sentía, ¡pregúntale!

Tip: Puedes decir Escucho que te sientes…, Entiendo la situación pero no me queda claro cómo te sentiste, ¿me podrías decir cómo te sentiste?

  • Expresa cómo te sentirías si estuvieras en circunstancias similares. MUY IMPORTANTE: No cómo te sentirías EN ESA SITUACIÓN EXACTA sino en una similar en la que te sentirías como esa persona.

Tip: Por ejemplo, si la persona se siente triste porque perdió una gorra muy importante pero a ti no te importa la ropa, piensa cómo te sentirías si perdieras algo que es importante para ti. Si no tienes apegos a cosas materiales, puedes tratar de imaginar cómo te sentirías si algo que te hace feliz desapareciera, así fuera una persona o alguna situación de tu vida diaria.

  • Este último paso es el más esencial. NO DES CONSEJOS NI DIGAS NADA MÁS. Es probable que sientas que tu discurso se quedó incompleto y que necesitas decir algo como pero todo va a estar bien. La realidad es que no sabemos si todo va a estar bien y, en ese momento, ¡no importa!

Tip: Si tienes necesidad de decir algo más, puedes simplemente reafirmar tu apoyo diciendo algo como Aquí estoy contigo, Te escucho o preguntando si hay algo más que puedas hacer.

Para ser empáticos, el mensaje principal que debemos transmitir es: No estás exagerando, no estás siendo dramático y sí es para tanto.

Cómo se ve en acción

Veamos el ejemplo de arriba pero con una respuesta empática.

A: Te veo triste, ¿está todo bien?

B: Sí estoy triste. Ayer le pedí a mi pareja que viera una película que me encanta y se quedó dormido.

A: Escucho que hay algo importante para ti que quisiste compartir con tu pareja y no la recibió como te hubiera gustado. También escucho y veo que estás triste. Si alguien que amo no apreciara algo que es importante para mí, también me sentiría triste.

De nuevo, tal vez sientas que falta el pero todo va a estar bien o un si quieres yo puedo verla contigo. Eso ya será decisión de la otra persona. Por el momento, lo que estás haciendo con ese discurso es decirle te veo, te escucho, te entiendo y te acompaño.

No es fácil y no es cómodo pero es lo que muchos necesitamos aprender a hacer.

Si duele, ahí no es.

Recientemente alguien me compartió este artículo. Lo había visto en otras ocasiones pero me rehusaba a leerlo porque asumí que el título no tenía nada que ver conmigo. Pensé yo conozco todos los focos rojos de una relación abusiva, no necesito leerlos de nuevo porque, si estuvieran presentes, ya me habría dado cuenta. Aún así, lo leí y me encontré con esta frase:

«Por años, viví con casi constante ansiedad, pensando que era normal vivir así porque estaba siendo poli y se suponía que ser poli era difícil. Cuando eres parte de una minoría, buscas una comunidad que te ayude. Mi comunidad era el mainstream poli de autoayuda. Me decía que siguiera intentándolo, que difícil era normal, que poli era un trabajo muy duro, ya sabes, como un empleo. – Inés Rolo

El artículo se llama Estuve en una relación poliamorosa y abusiva durante 7 años… Esto es lo que aprendí. La primera de la cita de arriba resonó tanto con lo que estaba viviendo que me dejó frío. Llevaba meses viviendo ansioso, estresado y en constante conflicto. ¡Pero yo creía que eso era normal! ¿No? Como el experto en poliamor y relaciones no-monógamas, soy una biblioteca andante de teoría y herramientas para resolver este tipo de situaciones. Cada crisis me llevaba a investigar más, aprender más, crecer más. Entonces, ¿qué estaba pasando? Esto es lo que yo he aprendido.

Antes de seguir debo aclarar que no, ninguna de mis relaciones de pareja actuales es con una persona abusiva. Y eso fue lo que no me permitía darme cuenta de el problema real que estaba viviendo, porque mis parejas son personas amorosas, compasivas y éticas.

El problema era yo. El abuso venía de mí, hacia mí.

Del cuento de hadas a la tortura

Toda mi vida he sufrido de ansiedad y cierto grado de paranoia. Para atenderme, he estado en procesos psicoterapéuticos en los que he aprendido a vivir con eso y poder seguir adelante. Tiendo a trabajar hasta estar agotado y a mantener mi calendario lleno de actividades todos los días. Mi pareja me dice bromeando cuando le comento que quiero tomar alguna clase «puedes agendarla en tu tiempo libre, creo que tienes un par de horas entre una y tres de la mañana».

Cuando empecé a explorar el poliamor, lo hice con mi pareja con quien había tenido una relación de más de cinco años. Esa relación estaba basada en la comunicación, el amor, el cuidado, la confianza y la complicidad. Yo siempre decía que no era una relación de cuento de hadas, sino de libro de texto de cómo tener una relación sana y nutritiva. Mucha gente pensaba al ver nuestras redes sociales que no era posible que fuéramos así de felices en la vida real. Pero sí éramos así. Siempre.

El poliamor, debido a lo que requiere, siempre encuentra las pequeñas grietas y las ideas fosilizadas y las expone. Hay que redefinir lo que es una relación afectiva, el compromiso, la intimidad y la fidelidad. Es necesario explorar tus inseguridades y hacer frente a tus más atemorizantes demonios. Pero yo, psicólogo y hombre extraordinario, estaba dispuesto y preparado. Porque cuando decido que voy a hacer algo, lo hago. Cueste lo que cueste.

Ese fue mi primer error. Estar dispuesto a pagar cualquier precio.

Actitudes de abuso

Por supuesto, la transición implicó muchos cambios y mucho esfuerzo de mi pareja y mío. Ambos motivados, confiados y amándonos como cuando nos conocimos, nos lanzamos al ruedo. Yo, siendo el académico y ñoño que siempre he sido, me di a la tarea de leer, conocer e investigar todo lo posible para estar mejor preparados.

Me aseguré de tratar a mi pareja con toda la ética que soy capaz de manejar. Tomé mis creencias rígidas y me forcé a flexibilizarlas. Encontré todo aquello que, desde la teoría, no cabe en el poliamor y lo desterré de mí.

El proceso fue así: encontrar en mi ser algo que yo consideraba generaba conflicto (como los celos), deconstruirlo para encontrar la inseguridad base (miedo al abandono) y buscar la forma de trabajarlo. Al empezar a hacerlo, llegué a un lugar de obscuridad y terror muy profundo. Hubo días en los que lloré de desesperación, diciéndome a mí mismo que es lo que tenía que hacerse – era necesario cruzar el bosque para llegar al claro. Me arrastré mientras escuchaba mi cuerpo rogar que me detuviera. No es una opción, me dije, lo vas a hacer porque se tiene que hacer.

Ser experto no te hace invulnerable

En mi historia he sobrevivido situaciones de abuso y dolor. En mi cabeza, me convencí que cada una de ellas me había hecho el hombre fuerte, resiliente, admirable y capaz que soy hoy. Por lo tanto, para mí era obvio que este era sólo uno más de esos retos. En algún momento eso de mí que no me gustaba iba a morirse para dejar terreno fértil para que algo nuevo surgiera.

Entonces leí esta otra frase en el artículo:

No sabía que el dolor siempre es una advertencia. Nuestros cuerpos y nuestros sentimientos saben qué onda antes que nosotros. Aún si nuestros cerebros nos convencen de otra cosa. Poner atención a lo que siento fue una de las lecciones más grandes que aprendí» – Inés Rolo

Como psicoterapeuta Gestalt, estoy muy consciente de mis emociones y sentimientos. Soy capaz de identificarlos, verlos, abrazarlos y vivirlos. En mi práctica profesional puedo ayudar a otros a ponerse atención y atender sus necesidades. He aprendido que no hay personas tóxicas, sino relaciones tóxicas.Como dice la autora, esos conocimientos me daban un sentido falso de seguridad. Lo imagino como un entrenador en el gimnasio haciendo ejercicio y pensando que no hay forma de que se lastime con algún aparato porque los conoce perfectamente bien.

Cuando me sentía triste, solo, temeroso y abandonado, simplemente me decía a mí mismo que era normal. Todo estaba en mi cabeza y debía simplemente quedarme ahí y vivirlo. Sobrevivirlo. Cuando esté del otro lado, todo estará mejor. Y, ¿sabes qué? Sí pasó. Después de cada crisis, me sentía un poco más fuerte. Mi conclusión fue, entonces, que estaba haciendo lo correcto. Simplemente estaba creciendo.

Mi abusador era yo

Y ahí estuvieron los focos rojos todo el tiempo. Al leer el artículo de Inés, me di cuenta de eso. ¿Por qué no lo vi? ¿Cómo es que un experto como yo no pudo ver los claros signos de una relación abusiva?

Fácil. Porque la persona que ha estado abusando de mí no ha sido mi pareja – he sido yo.

Nunca me perdoné ningún error. Siempre que recaí en algún sentimiento o idea que me parecían inaceptables, me reproché sin piedad. Cuando me encontraba con una situación nueva que sentía era demasiado abrumadora, me forcé a pasar por ella y a vivirla. Cuando mi cuerpo me reclamaba y me gritaba, tensando músculos, subiendo mi presión arterial, cayendo en enfermedades, me decía a mí mismo que simplemente tenía que ser más fuerte. Me aislé de mis círculos sociales porque todo mi tiempo debía estar dedicado a trabajar aquello que me es difícil hacer. Protegí a todos los involucrados para evitar que sintieran incomodidad o dolor, aunque eso implicara sacrificar mi seguridad y mi integridad emocional. ¿Qué más señales de una relación abusiva necesitaba?

Peor aún, utilicé todas esas herramientas para tener una relación sana en mi contra. En lugar de ver mis emociones y ser compasivo conmigo mismo, las escrudiñé hasta agotarme y ya no querer más. Me obligué a deconstruir todo lo deconstruible inmediata y simultáneamente. Sin importar el cansancio y el dolor que eso causaba. ¿Dónde estaba ese discurso de compasión que se me da tan bien cuando hablo de los demás?

Si alguien más me hiciera lo que yo me he hecho en los últimos meses, no hubiera dudado un segundo en defenderme y huir. Si alguien tratara a alguna de mis parejas como me trato yo a mí mismo, me rompería el corazón.

¿Qué se hace con un abusador?

Dejarlo. Es difícil porque un abusador nos hace creer que necesitamos de él para sobrevivir. Al estar impregnado en todas las áreas de nuestra vida, no sólo es dejarlo a él sino modificar todo lo que sabemos y conocemos. A veces parece que es más fácil seguir viviendo el dolor que empezar de nuevo.

No hacerlo solo. Ya que se ha identificado esta situación, es importante rodearte de gente que te nutra, te ame y tenga tu bienestar como prioridad. Te ayudará a tomar energía y sentirte fuerte para escapar en el momento correcto.

¿Ven cómo sí sé cosas? La cosa es, no puedo dejarme a mí mismo ¿o sí?

Si duele, ahí no es

Cuando haces ejercicio, hay un cierto malestar que acompaña el crecimiento de tus músculos. No es cómodo y no siempre es placentero. De hecho, cuando trabajas algo completamente nuevo, al siguiente día no puedes ni moverte. Sin embargo, sabes que lo estás haciendo mal cuando te lastimas.

El dolor y la incomodidad son diferentes. Es difícil explicarlo pero creo que es algo que percibimos y sabemos naturalmente. Si doblas una articulación hacia un ángulo para el cual no está diseñado, sientes un dolor diferente. Si estás haciendo ejercicio y te lastimas un músculo, se siente diferente al dolor de trabajarlo. Mi cuerpo sabe la diferencia. Mi cuerpo me avisa. El que no escucha soy yo.

¿El problema es el poliamor? No. Siempre he abusado de mí mismo. Sólo que ahora lo veo más claro porque las relaciones afectivas son mi área de especialidad.

Afortunadamente sé qué hacer. Sé cómo seguir. Tengo el privilegio de contar con la información, la consciencia y el apoyo de gente increíble que me ayudará.

Si te encuentras en una relación abusiva, con alguien o contigo mismo, ¿sabes dónde buscar ayuda?

Donde el amor es escaso

En mi adolescencia, pensaba que nunca encontraría un amor y moriría sin saber siquiera cómo era besar a alguien. No sólo era el único gay en el mundo (porque así me sentía en ese momento) sino que no me consideraba nada atractivo.

Por supuesto, salté sin pensar cuando alguien mostró interés por mí. Estaba tan emocionado y agradecido con el universo que no me importó que nuestras formas de ser, vidas, formas de querer y experiencias fueran completamente incompatibles. Después de que esa «relación» terminó, conocí a alguien más. Nuevamente pensé «este es el momento, ¡si no es él, no habrá nadie más!».

Esa segunda relación estuvo llena de conflicto, dolor, manipulación, inseguridad y celos. Yo no era feliz pero, al menos, tenía novio.

El modelo de austeridad en el amor

Al creer en el «amor verdadero», suponía que sólo tenía una oportunidad y ya. La tomas o la pierdes y vives solo para siempre. Cuando no me hacía feliz y eventualmente terminaba con un truene doloroso, lo justifiqué pensando que ese no era el bueno; había que seguir buscando.

Mi enfoque siempre estaba en todas las veces que había «fallado», en el rechazo y la incertidumbre de saber que cada relación le quitaba tiempo al verdadero amor. Además, me quedé mucho tiempo en relaciones que no me satisfacían por pensar que tenía que estar con ese de quien me había enamorado. No tenía más opción.

Franklin Veaux en su libro Más de dos: una guía práctica para el poliamor ético habla del modelo de austeridad en el amor. Él dice que el riesgo que tenemos al seguir esta idea de que hay pocas oportunidades de amar y ser amado es que se refuerza y comprueba por sí mismo. Si sólo veo las veces que he sido rechazado, eso afecta mi autoestima y seguridad. Si creo que tengo escasas oportunidades para amar, me vuelvo desesperado e impaciente y eso me hace menos atractivo. Por lo tanto, es más difícil que alguien se interese en mí y, entonces, creo que realmente es cierto que no hay opción.

El modelo de abundancia

Después de varios años de encontrar al «amor de mi vida» sólo para terminar con él me di cuenta de que, tal vez, no sólo hay un amor de mi vida. Es más, al ver hacia atrás me di cuenta de que había tenido, al menos, cuatro personas que se habían interesado en mí y me habían amado de la forma que les había sido posible. Además, durante ese tiempo había conocido gente atractiva e interesante que se había fijado en mí. Por supuesto, el número de mis parejas se había limitado a cuatro porque sólo había tenido uno a la vez… ¡Pero sí habían existido otros!

Algunas de mis relaciones pasadas habían estado tan enfocadas en hacerlas funcionar para no estar solo que no nos dimos cuenta de que dejamos de lado una motivación más funcional: estar juntos para compartir intimidad y amor.

Es cierto que de los billones de personas que hay en el mundo, un porcentaje se siente atraído por hombres, un porcentaje aún más pequeño coincide con el tipo de hombre que me gusta… Una cantidad aún menor incluye a las personas que también se sentirían atraídas por mí y, finalmente, pensar en compatibilidad de lenguaje de amor y objetivos de vida reduce ese número mucho más. Pero, ¿sabes qué? ¡Eso significa que existen miles de personas con las que me podría relacionar en amor y gozo! Claro que en mi vida sólo podré estar con unos cuantos porque ¿quién tiene tiempo para atender más de dos novios a la vez?

#Choices

El punto es que estadísticamente tengo miles de oportunidades para conocer al amor de mi vida y vivir feliz compartiendo amor con él. Puede que decida hacerlo uno a la vez (monogamia) o no (poliamor). Puede que mis parejas actuales y yo decidamos estar juntos el resto de nuestras vidas o transicionemos a ser amigos, amantes o extraños. Sin embargo, hoy eso es una decisión basada en un deseo por ser feliz y disfrutar el amor.

Cuando elijo algo porque creo que no tengo opción, no estoy eligiendo realmente. Estar con alguien por miedo a estar solo no permite gozar el amor y la intimidad. Controlar a alguien para que no se vaya no permite disfrutar saber que uno es elegido por el otro a pesar de que tiene miles de oportunidades diferentes… Más importante aún, no permite gozar el saber que yo soy lo suficientemente valioso para esa persona y me ama tanto como para querer compartir su tiempo conmigo.

¿Te has puesto a pensar qué modelo utilizas? Estando en una relación, ¿por qué te quedas ahí? ¿Por amor o por miedo?

¿La monogamia duele?

Si crees que no tienes opciones, realmente no estás eligiendo.

Después de ver el título de mi blog, un amigo me preguntó qué tenía en contra de la monogamia. Debo aclarar un punto desde este momento: no creo que las personas poliamorosas / no-monógamas seamos más evolucionadas, sean más conscientes, tengan más capacidad o sean mejores que aquellos que practican la monogamia.

¿Cuáles son los dolores de la monogamia?

En mi búsqueda por el «EL indicado» me encontré con varios problemas. Para empezar, nadie me dijo cómo debían ser las relaciones monógamas que no tenían una mujer involucrada, así que por ahí empecé mal. Lo que aprendí en los medios es que si tu pareja se enoja, debes callarte porque sólo se hace más grande, los celos son indicadores de qué tanto te ama, el sexo es una comodidad y, por lo tanto, debe mantenerse tan escasa como sea posible para aumentar su valor… entre otras tantas lecciones que he tenido que desaprender.

No, la monogamia no duele. El camino preconcebido, el guión a seguir que yo aprendí para una relación monógama, está plagado de actitudes deshonestas, manipuladoras, hirientes y tóxicas (no me encanta esa palabra, por cierto).

¿Entonces?

Al tener un camino prepavimentado a seguir y pensar que es el único camino posible para llegar a la felicidad (el felices para siempre), vivía frustrado forzándome a querer lo que se supone que debía querer. En ningún momento elegí ser monógamo – simplemente asumí que no había de otra.

Cuando comencé a conocer que había otras opciones, pasé por un largo proceso de introspección donde tuve que preguntarme: ¿Y yo qué quiero? Es muy sencillo echarle la culpa a la monogamia cuando te quitas la responsabilidad de saber que es lo que tú eliges. De pronto, cuando ya es algo consciente, no puedes decir «así son las relaciones», sino que se vuelve un «así son las relaciones que yo estoy eligiendo«.

¿Y las gotitas de poliamor?

Debido a que el poliamor exige cuestionar todos los conceptos que tenemos precargados en nuestro sistema operativo, es posible elegir a través de la comunicación, la compasión y la ética. En mi aventura en el poliamor, he obtenido herramientas de comunicación, comprensión, interacción y libertad que me han ayudado a mejorar la calidad de mis relaciones en general, no sólo románticas.

Todas esas herramientas son útiles para aquellos que eligen seguir practicando la monogamia de manera consciente. Por eso he creado este blog: para personas poliamorosas que busquen un lugar donde encontrar información… pero también para personas monógamas que quieran encontrar herramientas para atender esos dolores causados por los paradigmas que se mueven cuando uno se pregunta ¿y yo qué quiero?